Mi paso por Madrid este año ha sido ‘short but sweet’. Llegué para celebrar el santo de mi querido tío y me voy después de asistir a la presentación de su libro; ocasión que merece una entrada en el blog. He pasado momentos preciosos con aquellos que durante años me esperan para reanudar la conversación que no acabamos el año anterior.
Las comidas con la familia. Las escapadas con mis primas: de compras, de copas…Las fotos de grupo que he censurado - era mi cámara - y que nunca asomarán a la pantalla de un ordenador… por yo no haber salido bien. El resultado de mi vanidad: me vuelvo sin una foto de las cuatro juntas! Tendré que esperar a que sean más viejas…Las jodidas no sólo son guapas sino fotogénicas.
Los taxistas: las conversaciones monótonas, deprimentes; les faltaban esa chispa de ingenio de otros años... la depresión económica. Después de cada intercambio de opiniones - y para unos días que pasaba por aquí - he acabado dando unas propinas que hasta yo, que soy generosa, me he sorprendido.
La luz de Madrid. Las mujeres arregladas, como si fueran de boda, para ir al mercado; las marcas a la vista. Los maridos que buscan, las esposas que esperan. Dos amantes de la mano, ya en sus setenta…se nota que no llevan cuarenta casados. Los que soñamos despiertos cuando no podemos dormir, como ocurre esta noche.
Las caras que nos recuerdan a otros que conocíamos hace años…pero que probablemente no reconoceríamos si nos cruzaramos con ellas. Precisamente esa cara que durante veinte años hemos buscado en otros, y que sabemos no volveremos a ver. Pero quizá el azar nos sorprenda a la vuelta de una esquina, al entrar en un restaurante….
Las comidas con la familia. Las escapadas con mis primas: de compras, de copas…Las fotos de grupo que he censurado - era mi cámara - y que nunca asomarán a la pantalla de un ordenador… por yo no haber salido bien. El resultado de mi vanidad: me vuelvo sin una foto de las cuatro juntas! Tendré que esperar a que sean más viejas…Las jodidas no sólo son guapas sino fotogénicas.
Los taxistas: las conversaciones monótonas, deprimentes; les faltaban esa chispa de ingenio de otros años... la depresión económica. Después de cada intercambio de opiniones - y para unos días que pasaba por aquí - he acabado dando unas propinas que hasta yo, que soy generosa, me he sorprendido.
La luz de Madrid. Las mujeres arregladas, como si fueran de boda, para ir al mercado; las marcas a la vista. Los maridos que buscan, las esposas que esperan. Dos amantes de la mano, ya en sus setenta…se nota que no llevan cuarenta casados. Los que soñamos despiertos cuando no podemos dormir, como ocurre esta noche.
Las caras que nos recuerdan a otros que conocíamos hace años…pero que probablemente no reconoceríamos si nos cruzaramos con ellas. Precisamente esa cara que durante veinte años hemos buscado en otros, y que sabemos no volveremos a ver. Pero quizá el azar nos sorprenda a la vuelta de una esquina, al entrar en un restaurante….
Las miradas que se cruzan, las que se evitan cuando alguien te pide unas monedas. Las niñas sordomudas, las prostitutas que ya avanzan a lo largo de la Gran Vía…
Hoy, mi última escapada a La casa del Libro: “Lampedusa”, de Rafael Argullol. Un libro escurridizo que no ha querido hacer el viaje solo a EE.UU, por correo. Caprichoso que es él…el libro.
Después he descubierto un rincón de lo más atractivo de Madrid. Quién lo iba a decir? en el Corte Inglés de Callao. La cafetería, en el noveno piso. Me dirijo a su ‘Arrocería’. Son las tres y media y la sala está vacía; Bueno, no, un distinguido caballero sentado a la entrada del comedor. Pregunto si todavía sirven. El camarero me indica que me puedo sentar donde quiera. Voy al final de la sala, camino hacia una ventana desde donde diviso medio Madrid: El Palacio Real, La Catedral, lo que yo llamaría el tercer tramo de La Gran Vía. Al fondo otros edificios y parques que medio puedo identificar. Pensé en Antonio López. También en Gonzalo Goytisolo Gil.
Extasiada en el inesperado panorama, con mi arroz valenciano (en recuerdo a mi hermano, a quien no he visto en este viaje) me bebo una caña fría.
Cuando pido el cheque, el amable camarero me anuncia que la comida la paga la casa. Pensaba que era una broma pero, al insistir, otro camarero con aspecto de saber mas me sonríe y repite que la comida está pagada y que disfrute de mi estancia en Madrid.
Ya ven, la magia de la gitana de Sevilla empieza a hacer efecto.