viernes, enero 30, 2009

Luis Goytisolo, LIBERACION

Y los Reyes Majos me trajeron “L I B E R A C I O N”. Con una hermosa cubierta de “El jardín de las delicias”, El Bosco (mírenla bien, no se pierdan los detalles), Luis Goytisolo nos invita a recorrer un camino que nos lleva desde lo más íntimo, a veces oscuro, del ser humano hasta la pura recreación de la naturaleza. Una novela donde el tiempo pasa y vuelve y diferentes narradores nos hacen saber de ellos mismos y de otros. Una novela fuera del canon a que estamos acostumbrados, nada nuevo en este escritor que nunca se ha ceñido a la narrativa fácil y previsible. Uno de los pocos libros que me ha hecho volver a él, a una segunda lectura, en busca de reflexiones y pensamientos como estos:


"Así como la demolición del interior de un antiguo edificio del que se quiere salvar tan sólo la escueta fachada suele suscitar una secreta aprensión entre los viandantes que transitan por las cercanías, debido no ya al peligro de un derrumbe accidental o de desprendimientos, sino, sobre todo, por temor a las miasmas integradas en la estructura material de esa construcción cuyo derribo se está encargando de liberar, efluvios cuya carga de miseria, enfermedad, sufrimiento y desgracia se intuye contagiosa, así la inquietud del ser humano ante cualquier decidida revisión de su pasado individual o colectivo que deje al descubierto la realidad más profunda, más irrevocable. […]

"Caso extremo de esta clase de repulsión, al menos para mí, es el que me inspiran los muebles de anticuario, así como los simplemente heredados, cuando no han sido remozados por entero. Los armarios y cómodas que, al ser abiertos, desprenden el olor de las prendas usadas por generaciones de seres que yacieron por última vez en la cama que se nos ofrece para dormir; las perchas de las que habían colgado chaquetas de cuello más o menos gastado, más o menos sobado; las mesitas de noche. […]

"Lo que repele de esos muebles gastados por el uso, de esa nube de polvo que se revuelve sobre los escombros, es la desdicha de la que enseres y muros han sido testigos, esa gris respiración que acaba por apagarse. Pero, así como el que por su oficio –albañil, arquitecto--, sea o no víctima de tales aprensiones, se ve obligado a terminar por vencerlas, así todo aquel empeñado en conocerse a sí mismo, y sólo a partir de ese conocimiento hacer una u otra cosa, tendrá también que vencer el temor a una introspección llevada a sus últimas consecuencias. Pues, mientras que la vida como fenómeno general referido al cosmos despierta tanto interés como simpatía, no bien restringimos su significado a la existencia concreta del ser humano empieza a suscitar aprensiones y suspicacias, que se convierten en instintivo rechazo cuando de lo que se trata es de desentrañar o intentar esclarecer la realidad íntima del sujeto. Lo normal es que, contrariamente a lo que suele proclamarse, a casi nadie le apetezca verdaderamente indagar demasiado en sí mismo, ahondar hasta los recovecos más recónditos de la conciencia, de forma que sólo unos pocos son capaces de convertir esa indagación, con frecuencia ingrata, en conocimiento liberador, susceptible de dotar al sujeto de un margen de autonomía hasta entonces desconocido. La energía generada es similar a la inherente a todo proceso de aproximación amorosa, cuando, llevadas por el deseo de integración, cada una de las partes se adentra en la intimidad de la otra, y las revelaciones a las que accede son, al propio tiempo, oscuras revelaciones acerca de uno mismo.

"El conocimiento que se deriva, por ejemplo, del inquirir de cada parte acerca de anteriores experiencias amorosas de la otra, responder con precisión implacable, atosigado por los latidos del corazón, a las puntualizaciones pedidas por Magda, pedir a mi vez detalles, imaginar su cuerpo besando y siendo besado por otro, penetrando y siendo penetrado, haciendo exactamente lo que ahora hacemos nosotros sólo que visto desde fuera, turbador tumulto de formas que termina por cobrar vida propia.
Todo eso hace de la mujer amada la persona que mejor llegamos a conocer, una vida que se integra en nosotros al tiempo que nos integra, no en vano conocimiento carnal y conocimiento son en la Biblia sinónimos. Sería muy equivocado pensar que familiares y amigos, por mucho que no haya secretos para ellos, puedan alcanzar un similar nivel de conocimiento mutuo. ¿Qué saben los hijos de los padres, de cómo eran antes de ser padres? ¿Y de los hijos, tanto más desconocidos cuanto más crecen? ¿Qué sabemos de nuestro nacimiento, de los hechos que en él concurrieron, sino lo que nos han contado, una concatenación aleatoria de acontecimientos cuyo mero enunciado nada explica?"


Así resume Rafael Conte la temática de la novela:

Las viejas casas nos contaminan, se compran o se venden, sus propietarios se suceden sin saber muy bien por qué, las mujeres son como flores que se marchitan, los matrimonios se hacen y deshacen, las nuevas generaciones de moteros son tan analfabetas como criminales las de los guerreros quintacolumnistas. La naturaleza real se humaniza, o nos naturaliza, mientras el mundo gira y los seres humanos se debaten entre el amor, la traición, los suicidios o los asesinatos, la desaparición o su ilusión, pues nunca nada ni nadie desaparece de verdad, pues todo sigue existiendo tras la muerte, que nos contamina con sus miasmas de las viejas casas, de todos nuestros proyectos o vacilaciones ...



Luis Goytisolo en Africa Oriental



Enlaces de interés:



domingo, enero 25, 2009

LOS TRES DONES "MI PRIMA"



Hoy he recordado una cuestión que siempre me ha sorprendido. Se trata del viejo juego de los tres deseos. Supongo que cuando no se tiene buena salud, es lo primero que se desearía tener. Pero dejando eso a un lado, el problema es que los tres deseos siempre se quedan cortos -tantas cosas se necesitan, o se creen necesitar-, y la mayor revelación es que casi nunca se piensa más allá del entorno más cercano del interesado. No he encontrado a nadie que así, de pronto, te diga que desearía que se descubriera una cura para el cáncer, o que hubiera una paz mundial duradera, o que, más concretamente, un amigo en paro encontrara trabajo. Quiero decir que una cosa son los buenos deseos que todos tenemos, en general, y otra muy diferente gastarse en alguien ajeno -la familia cuenta como algo propio- uno de los tres deseos cuyo cumplimiento nos hubieran asegurado. Bueno, prima, siento el rollo pero es que durante la comida hemos estado debatiendo la cuestión, y la conclusión es la de siempre. Hay muy poco altruismo del verdadero. Pero quizás sí, quizás sí que haya personas desinteresadas. La duda siempre estará ahí porque el asunto no puede dejar de ser una hipótesis incontrastable.
Claro que la cosa es muy complicada. Por cierto, un amigo sostenía que la familia no tiene por qué contar como algo de la propia esfera del sujeto, sino que es parte del entorno vital del mismo, pero ajeno a él, de forma que lo que somos capaces de darle a un hermano, por ejemplo, es una manifestación de la generosidad intrínseca del ser humano, que garantiza la supervivencia de la especie, basada en la solidaridad de un grupo, sea el familiar, sea el de la manada. No sé. Eso ya es sobrevolar mucho. Pero no deja de ser otro punto de vista. Lo de la generosidad digo. A mí, ser generoso con la familia no me parece verdadera generosidad, pero supongo que todo depende.

martes, enero 20, 2009

MISSION ACCOMPLISHED

Mi momento favorito de la inauguración de la presidencia de Obama….

La prensa, muy amable hoy—no sé qué dirá mañana—elogió la nobleza de Obama al acompañar al ex presidente George Bush hasta el helicóptero que lo llevaría al aeropuerto para tomar su vuelo definitivo de vuelta a Tejas. Es la primera vez que un presidente recién elegido lleva a la estación al retirado.

Es obvio que Obama quería asegurarse que cuando llegara a la Casa Blanca no encontraría a los Bush empaquetando todavía…

sábado, enero 17, 2009

Nevada en el Retiro, enero de 2009

Aquí os dejo estas bellas imágenes traídas del blog de mi amiga Elvi. Gracias al certero ojo de Angeles Sevillano y Maribel Asensio podemos disfrutar de ellas.
Aquí las nevadas son el pan de cada día. Esperamos la próxima.

martes, enero 13, 2009

ENRIQUE PUPO-WALKER

Se me ocurre pensar, en mis más desolados momentos, cómo sería yo si no hubiera llevado una vida tan errante. Como dicen en inglés “with less baggage to carry…” Ante estos inútiles pensamientos siempre surge otra pregunta: cómo sería yo sin haber conocido a… Y amigos y conocidos se agolpan en mi mente reclamando la parte que de mí les pertenece.

Si no hubiera conocido a Enrique y a Bettye, con toda seguridad sería menos persona y las paredes de mi casa estarían más tristes; faltas de mágicos espacios donde perderse y encontrarse.

Todo empezó una Navidad. Con su gran sentido de comediante Enrique llamó a casa y me dijo “Señora, esté atenta al cartero…” Después de ese año se volvió a repetir la llamada con otro mensaje típico de sainete, a lo que yo respondía con algo parecido: “Pues de esta puerta no me muevo hasta que llegue el cartero…” Enrique colgaba el teléfono con grandes carcajadas. La llamada en sí ya era un precioso regalo. El cartero llegaba con un sobre amarillo… Después del segundo año dejó de llamar, pero yo, impaciente y muy segura de que así sería, esperaba el sobre amarillo; no fallaba. Estos sobres nos han traído acuarelas, alguna vez un pequeño óleo o un bodegón en acrílicos. Abrir el sobre se convirtió en una ceremonia casi sagrada. Nunca se sabía dónde la sutileza de los colores, en sus formas casi abstractas, te llevaría. Luego venia lo más difícil…enmarcarlo. Buscarle los límites a ese mundo.




Enrique Pupo-Walker llegó a EE.UU. (Duke University) en 1955. Venía de Cuba, donde ya el pincel y el lápiz rondaban sus dedos. Descubrió la acuarela en una exposición, en el Museo Bacardí de Santiago de Cuba, en 1946; el artista era Enrique Marañón. Después de este encuentro la acuarela lo acompañaría el resto de su vida. Mas tarde conoceria al madrileño Cirilo Martínez Novillo, quien dejaría huella en su estilo con que pasa de la acuarela al óleo.

De Cuba salió con la bendición de su abuelo y del resto de la familia; esperaban hacer de él ‘todo un médico’. No tardó el joven Ponce de León (de ahí se deriva el apellido Pupo) de ser arrastrado por dos musas: la literatura y una belleza sureña llamada Bettye, perdiendo así la medicina no sabemos qué. Se doctoró en la universidad de North Carolina en Chapel Hill. Enseñó en Yale durante unos años antes de trasladarse a la Universidad de Vanderbilt (Nashville, Tennessee) donde permanecería hasta su temprana jubilación. De su ilustre carrera como hispanista no voy a hablar aquí, mencionaré que su último trabajo fue el monumental Cambridge History of Latin American Literatura, que co-editó con Roberto González Echevarría.

Muchos consideraban que cometía un error al retirarse de la profesión en un momento de plenitud intelectual y éxito académico; otros, como yo, lo animaban a que lo hiciera lo antes posible para aprovechar la luz del día y atraparla en sus cuadros.

La trayectoria de Pupo-Walker como pintor ha llegado más lejos de lo que él esperaba. Al fin y al cabo él sólo quería entregarse a la tarea de recrear paisajes existentes o imaginarios; pueblecitos de Castilla, unas viejas casuchas, la costa de La Florida o la de Escocia, (donde vive una de sus tres hijas)… Bodegones y marinas... Todo con su magistral dominio del color en la acuarela y la invisible fuerza de sus pinceladas en el lienzo. En los años que lleva pintando ha tenido varias exposiciones individuales y colectivas, presenciando yo una en la que -por llegar 15 minutos tarde- más de la mitad de sus cuadros ya tenían la tarjetita de ‘SOLD’. Tiene seguidores, tiene admiradores y tiene amantes de su obra entre los que me encuentro.



Echo de menos aquellas noches que precedían a una de esas exposiciones. Las cenas de Bettye, un Jack Daniels y un paseo por el estudio del pintor. Me decía que yo tenía buen ojo, quería ver cómo reaccionaría a las piezas. Era intimidante ya que lo único que yo sabía de pintura era ‘esa me la llevaría a casa... quiero vivir con ella’ y no podía explicarle por qué. Mientras mirábamos toda una sala llena de luz y color el pintor observaba pícaramente - porque es un pícaro - nuestra expresión. Yo permanecía muda y sólo iba señalando con el dedo aquellos cuadros con los que quería vivir, o en los que quería vivir… Eran casi todos.


Hace más de un año que he querido hacer esto. Me ha frenado la imposibilidad de sacar fotos que reflejaran con justicia los colores y la textura de las piezas que tengo en casa. Me he tenido que limitar a las miniaturas navideñas que cabían en mi scanner; aun así los azules de Pupo Walker no han querido dar la cara y los malvas lo han hecho pero perdiendo la calidez que su maestro les da. Me doy por vencida. En casa quedan las piezas grandes: óleos, acrílicos y una acuarela de una exquisita belleza. Se las enseñaré si pasan por aquí. Son como un imán para todo el que llega… y el que regresa.










jueves, enero 08, 2009

AL ARBOL QUE PUDO

Hace poco más de dos años el Ayuntamiento nos plantó enfrente de la casa un árbol. Reemplazaba, este delgaducho y sombrío, a uno que en sus tiempos debió lucir por lo alto de la casa y dar sombra fresca a las ventanas más expuestas al sol del verano. Cuando nos mudamos aquí el hermoso ejemplar no era ni sombra de lo que había sido; no sólo él, otros árboles vecinos
padecían de la misma enfermedad y fueron cayendo unos y cortados otros.

Acababa yo de volver de un corto viaje a España y ahí estaba el pobre, tan joven y ya sufriendo de escoliosis y alopecia. Después de unos días de desprecio y malhumor - yo tenía ya decidido el árbol que vería todos los días al subir la persiana de mi cuarto - empecé a estudiar la situación. Dudaba entre dejarlo morir, y así poder reemplazarlo, o entregarme a la tarea de revivirlo…

Fue un verano en el que -sin mucha esperanza - probé de todo. Lo habían plantado en el mismo hoyo que el anterior había dejado (todo jardinero, hasta los mas novatos, saben que eso no se debe hacer) y rematado con un montículo de mala tierra, revuelta con trozos de alquitrán y cemento que habían salido de las antiguas aceras enterradas.

En un par de días había yo reemplazado el montículo por otro más mullido y lo había cercado con una especie de barrera para que el agua no corriera derecha a la alcantarilla. Agua le di, pero le costaba tragarla…las hojas habían dejado de caer; las que quedaban permanecían alicaídas y tristes. Se me ocurrió hundir en varios sitios trozos de caña de bambú y regar directamente en ellos para que el agua llegara hasta las raíces. Funcionó, las hojas daban señal de agradecimiento; mi espalda amenazaba con abandonarme…En fin, un verano de cuidados intensivos a un enfermo que ni me gustaba.

En esos días, cuando recorría el barrio, iba observando los hermosos árboles que todavía quedan y los muchos nuevos que han plantado. Fue así como descubrí que había bastantes de la misma familia del que yo cuidaba; todos tenían las hojas en grupitos y caídas. Eran árboles plenamente establecidos y arraigados al borde de la acera con respetables troncos y ramas que tendían a subir más que a extenderse…las pequeñas hojas en ramillete siempre mirando el suelo, casi avergonzadas. Llegué a la conclusión de que poco podía hacer yo para levantar las del mío; lo mejor sería aceptarlo como era.
Llego el invierno y me olvide del árbol

Fue en la siguiente primavera cuando una mañana un esplendoroso ramo de flores blancas me saludaba al filo de mi ventana. Al día siguiente se abrieron otras y así durante una semana. Al despertarme temía subir la persiana… no podía durar mucho más este regalo. Me equivoqué, las flores siguieron allí más de un mes!

Este, su segundo invierno con nosotros, me di cuenta que estaba cargado de ‘berries’ (semillas parecidas a las majoletas) cosa que no había visto el primer invierno, quizás porque en estos dos años ha crecido tanto que lo tengo a mi vista, o que lo miro más. En la última gran nevada, entre Navidad y Año Nuevo, me llevó a la ventana un insistente pío, pío, pío... Ahí estaba el árbol, cubierto de pájaros recogiendo sus berries. Los había de varios tamaños y colores, incluso llegué a ver un pájaro azul y juraría que a un robin. Se habían situado al filo de la chimenea de la casa de enfrente y en un árbol, hermosísimo en el verano pero estéril en invierno. Desde allí, durante horas y en ruidosa armonía, iban y venían transportando la comida que mi árbol había cultivado para ellos durante el otoño.

Y vendrá la primavera y me mimará otra vez con sus hermosas flores. En el verano, cuando vea sus tímidas hojas, pensaré en las valiosas berries que esconden.

domingo, enero 04, 2009

NO SOLO DE PAN...

Los Reyes magos han llegado unos días antes. Como el año pasado mi hermano me mada recuerdos de su niñez. Al ser él unos años mayor que yo le pedí que me fuera escribiendo lo que él recordaba. Se resistió al principio pero el año pasado llego la primera entrega http://chiquitin52.blogspot.com/2007/12/el-rey-mago-arrepentido.html y este año me sorprende con una gama de colores, sabores y momentos nítidos para él; borrosos algunos y otros inolvidables para mí. Su memoria me devuelve nombres de marcas, calles, comidas, frutas, costumbres…una fiesta de recuerdos perdidos. Os dejo aquí unos cuantos porque sé que también serán los vuestros.


NO SOLO DE PAN…
A propósito de pan; en Montejicar teníamos el horno tres casas más abajo y comíamos uno grande y redondo que no terminaba de gustarme. Fue un descubrimiento llegar a Jaén y encontrarnos con aquellas piezas llamadas “libras” con la masa tan blanca y apetecible (“pan sobao”) y cuyos cuencos se comían con aceite y azúcar o leche condensada, también con una jícara de chocolate; recuerdo marcas Nestlé, Matías López, Virgen de la Cabeza (a la taza), Suchard y Orbea. Éste último llevaba en el interior del paquete un pequeño cuento infantil que yo coleccionaba. Había unas chocolatinas que a mí me gustaban mucho, eran cuadradas de la marca Vitacal (en realidad se trataba de un sucedáneo), contenían cromos y se anunciaban así por la radio: “¡Chaval toma Vitacal!”. También estaban los cigarrillos de chocolate.
Otra cosa que nos encantaba era los calostros azucarados que mamá nos preparaba cuando nuestra cabra paría, o de otras. En Jaén la lechería la teníamos justo al lado. Yo iba muchas veces a comprarla.

En el pueblo siempre teníamos torta y roscos fritos envueltos en azúcar que eran una delicia. Me relamo de pensar en las gachas con miel; una especie de harina amasada con matalahúga rociada con miel de caña y una especie de picatoste en trozos pequeños.
En tiempo de matanza nuestra comida preferida eran los chicharrones asados en la lumbre y los chorizos y morcillas. Con la vejiga del cerdo nos hacían una pelota a especie de globo.
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Un día que papá fue a Granada me trajo mi primera cartera (de cuero marrón) y ¡plátanos! que se convertirían en mi postre favorito junto al pan de higo, dulce de membrillo y uvas pasas. Y qué decir de los caquis y melones que colgaban del techo en la casa de los abuelos, así como las algarrobas que guardaban en un cajón de la cómoda del dormitorio. También los melocotones que el abuelo traía de su huerta de Cañaspinar...


Nada más mudarnos a Jaén (final de diciembre de 1955) descubrí una lata grande de mantequilla de la marca Arias. Aunque estaba rancia y amarilla, a mí me encantaba untarla en el pan, por eso cuando descubrí el queso que nos daban en la escuela (Made in USA) me gustaba tanto. La leche no podía con ella, sin embargo en polvo sí que solía comerla.



Otra de mis preferencias era tomar un buen tazón de café sopado. En realidad, no era café sino un caldo hecho a base de cebada tostada. Recuerdo que por entonces la marca de café por excelencia era “Cafés La Estrella, la estrella de los cafés.



¿Te acuerdas de una niña que se ponía a vender higos chumbos en nuestra misma acera? A mí me gustaban mucho y los tomaba ya pelados, cuatro por una peseta. Aquella niña era hija de un minero cliente de papá y murió muy joven.

No se si recordarás de un vendedor ambulante que vendía camarones salados a granel metidos en un cucurucho de papel. Otro solía venir de Torredelcampo, vendía garbanzos tostaos o los cambiaba por productos del mismo género. Mamá le daba un kilo sin tostar a cambio de medio kilo de tostados.

Había otro hombre, ya de edad, que mis amigos decían que era el padre de la “Ropa Verde” (una joven y llamativa prostituta que vivía por la Puerta de Martos) llevaba una cesta de mimbre y por un módico precio ofrecía productos como moras, allozas (almendras verdes), madroños, memencinas, majoletas... Con un canuto de caña pequeño se solían escupir los huesos de éstas últimas usando como blanco el cuello del sufrido amigo de turno.




Y de las clásicas comidas no me acuerdo apenas. Mamá nos daba para desayunar galletas María con Caobania, un sucedáneo del Cola Cao que nunca lograría imponerse a pesar de patrocinar una novela radiofónica de los culebrones que se ofrecían a media tarde. Y también nos hacía flanes de la marca “El Niño”. (Aquellos sobres con la cara de un bebé)


Sí me gustaba el potaje de garbanzos con aquella especie de panecillos tan ricos que yo le cogía a mamá antes de que los echara al guiso, para disgusto de ella. Otra comida que ahora me parece rara es el gazpacho que se hacía entonces a base de agua avinagrada y aceitosa, sopas de pan y trozos de tomate y pepino. Te ponías a devorarlo cuchara en mano y entraba bien porque se servía frío con cubitos de hielo. Lo que no nos gustaba era el cocido, pero nos la ingeniábamos para comerlo a base de machacar los garbanzos en una especie de puré al que añadíamos aceite y vinagre. De esto creo que te acordarás.


Papá solía hacer muy bien las migas de pan porque para su elaboración se necesitaba tener un brazo fuerte. Puede decirse que a lo largo de su vida su cena fue siempre la misma: dos huevos pasados por agua y un vaso de leche.


Y no quiero amargarte el final de esta historia con las comidas que solía hacer papá cuando nos quedamos solos. Si te diré que el caldo de Avecrem, pimentón con patatas y bacalao y un guiso - - en el que cocía las habas tiernas hasta con vainas -- eran sus especialidad.