NIRVANA, IDA Y VUELTA

Llevo todo el día preguntándome qué voy a poner en el blog. La verdad es que hay periodos donde uno no tiene nada que decir o todo lo que se le ocurre parece frívolo, aburrido, insustancial.
He pasado por un nuevo blog de alguien que captó mi atención hace tiempo en el Boomerang. Por su edad podría ser mi tercer hijo (¡si vamos a creer todo lo que se dice en los blogs!) Es poeta y merece la pena leerlo. Hoy vi en su blog una foto de Kurt Cobain, del grupo Nirvana, que me trajo vívidos recuerdos…
Se acababa de suicidar y era ídolo de uno de mis hijos. Pasamos por un periodo de crisis en la familia ya que éste había vivido alimentado durante unos años por el grupo ‘Nirvana’. Intentábamos entenderlo; al menos, sabíamos que las etapas de la adolescencia las habíamos pasado todos y los tiempos marcaban nuevas pautas a seguir. En el verano de 1994, después del suicidio de Kurt Cobain, propusimos a los chicos viajar a Seattle donde el grupo musical se había formado y donde estaba enterrado Jimi Hendrix, otro icono en la vida de mis dos hijos que en aquella época ya tenían su propio grupo musical y habían sacado su primero y último CD.

Salimos de Nasville en mi --entonces nuevo-- Volvo 940. Viajamos durante cuatro días a una media de 14 horas al día hasta llegar a Seattle. Condujimos por extensas llanuras donde la presencia de unos árboles rompía de vez en cuando la monotonía del paisaje. Autopistas desiertas que invitaban a pasar el limite de velocidad y, eso sí, cuando menos lo esperabas, a la vuelta de un recodo, había un policía que te hacía pagar caro ese impulso tan humano de acelerar cuando la carretera el sólo tuya. Digamos que pagamos más en multas que en hoteles.


Seattle. Aunque el viaje había sido pensado exclusivamente para el recreo y bienestar de los chicos, nos sorprendió. Bellísima y acogedora ciudad. Creo que la fortuna nos acogió con cuatro días de cielo despejado. Allí fue donde descubrimos que en EE.UU. se podía beber un “café expresso”. En cada esquina había un kiosco de Starbucks. Por la mañana temprano, conduciendo en la ciudad, se podían ver docenas de ciudadanos con su café en mano dirigiéndose al trabajo. Un descubrimiento para nosotros, los mayores, que nos hizo pensar en la remota posibilidad de mudarnos allí…si no fuera porque está al otro lado del mundo, ¡a miles y miles de kilómetros de España! No sólo el café…era en sí una ciudad de las más sofisticadas del país que habíamos conocido (y habíamos vivido en Philadelphia y Boston).

Como decía, el viaje había sido realizado teniendo en cuenta el interés de nuestros dos adolescentes…

Visitamos el barrio donde Kurt Cobain había nacido. Encontramos una tienda donde el dueño nos habló de “that kid”, el de Nirvana. Había sido como cualquier otro chico de su edad. Le gustaban las chucherías que él vendía: los cromos de jugadores de baseball, los tebeos…lo típico de un niño de su edad. El ‘cabeza’ de Nirvana no había sido enterrado en Seattle, por temor a que expoliaran su tumba. Nos dirigimos al cementerio a visitar a Jimi Hendrix. Allí nos encontramos una tumba de lo más insignificante pero, al mismo tiempo, fuera de lo normal: estaba cubierta por flores marchitas, cigarrillos, cuerdas de guitarra…notas escritas en un inglés deficiente pero apasionado. Allí nos encontramos con un chico de unos veinte años que se había mudado de New Jersey a Seattle. Había conseguido un trabajo enfrente del cementerio para poder visitar la tumba de Jimi Hendrix dos o tres veces al día…

El viaje de vuelta fue largo, agotador. Cuando llegamos a casa, en pocos días, la crisis había cesado.