Mi hijo pequeño, de 5 , y yo fuimos a la Casa Blanca. Era un día perfecto para estar fuera y los organizadores estaban satisfechos de cómo marchaba el festival.
Se habían reunido cientos de productores de queso de todo el país y Canadá en el jardín de la Casa Blanca. Allí estábamos los dos, no había cola y teníamos todas estas mesas a nuestra disposición. Los visitantes podíamos recorrer el trayecto y cortar un trozo de los quesos expuestos que nos gustaran. Quesos gigantes hechos para dicha ocasión.
Inmediatamente me di cuenta de que no iba preparada, no esperaba nada parecido. Había gente cortando perfectas placas- como barras de turrón -de quesos deliciosos y nunca vistos. Todo tan organizado, y yo parecía la única que no conseguía llevarme todo lo que quería (la avaricia rompe el saco?)
Por otra parte tenía que vigilar al pequeño, que no tenía ningún interés en los quesos. Varias veces dejé mis quesos en uno de los rincones de la mesa para ir a buscarlo y cuando volví habían desaparecido. No lo entendía… había queso para toda una ciudad!
Mi error fue no haber leído el programa. Pensé que sólo se podía llevar un cuchillo para la degustación. Me llevé el mas grande que teníamos en casa: puntiagudo pero que se ensanchaba considerablente desde el centro hasta el puño. Mi idea era usarlo para cortar y luego colocar las lonchas de queso en el centro del cuchillo; así traería a casa lo más que pudiera . El pequeño seguía delante de mi...metiéndose por sitios donde tenían el queso a remojo… no sé si era aceite o agua: lo tenían en canales por varias partes que atraían al niño. Yo temía que metiera los pies en ellos. Por otra parte, mi sistema no funcionaba: cada vez que tenía que cortar un queso más delicioso que el anterior (parecía que los mejores estaban al final!) tenía que quitar del cuchillo/bandeja mi ya torrecita de lonchas para poder cortar más…al intentar ponerlas de nuevo en el cuchillo, el queso se me desmoronaba y caían al suelo. Intentaba ignorar las miradas, condescendientes de las damas . Tenía que llevarme lo más que pudiera…lo necesitábamos.
Según avanzaba…se llegaba a una serie de pasadizos que se iban estrechando y era más fácil que el pequeño se perdiera. Empecé a observar que había gente joven que, disimuladamente, se metía en la mochila trozos enormes de queso. Era indignante…yo había perdido otra vez el cuchillo y los quesos previamente cortados.
Ya llegábamos al final del largo pasadizo y yo tenía las manos vacías. Los iba probando pero era obvio que no llevaría nada a casa.
El pasadizo se ensanchaba al final y allí se encontraba un grupo grande de señoras elegantemente vestidas, como en una danza, se cruzaban entre ellas mientras yo - llena de ansiedad y aturdida- las miraba. Todas llevaban una fuente o bandeja en la mano…y hasta cestas de mimbre. No sólo llevaban quesos, también embutidos. Eran el colmo de la delicadeza y elegancia… la eficiencia…la perfección del ama de casa americana de los años 60. Mi hijo vino corriendo con una bandeja…me señalaba todo un tenderete lleno de cestas, y utensilios para cortar el queso…todo gratis, para el uso de los visitantes.
Habíamos empezado por el final de la cola…; en 10 minutos cerraban la exhibición. Mi hijo me preguntaba que dónde estaba el cuchillo de carnicero. Yo quería llorar, lo había perdido otra vez. Me volvía con menos de lo que traía. Eso sí sentía un gusto asqueroso y nauseabundo en mi garganta. Pensé, es de las pastillas para el dichoso hombro, tengo que dejar de tomarlas. Al mismo tiempo oí el sonido familiar de la taza de café depositada en la mesita de noche …”Estrella, son las nueve!”
Me tome el café…mi garganta estaba bien. Mientras tomaba el café, mi marido bebía ese caldo que se llama borscht, con queso, y comentó ¡que el queso estaba echado a perder!
Se habían reunido cientos de productores de queso de todo el país y Canadá en el jardín de la Casa Blanca. Allí estábamos los dos, no había cola y teníamos todas estas mesas a nuestra disposición. Los visitantes podíamos recorrer el trayecto y cortar un trozo de los quesos expuestos que nos gustaran. Quesos gigantes hechos para dicha ocasión.
Inmediatamente me di cuenta de que no iba preparada, no esperaba nada parecido. Había gente cortando perfectas placas- como barras de turrón -de quesos deliciosos y nunca vistos. Todo tan organizado, y yo parecía la única que no conseguía llevarme todo lo que quería (la avaricia rompe el saco?)
Por otra parte tenía que vigilar al pequeño, que no tenía ningún interés en los quesos. Varias veces dejé mis quesos en uno de los rincones de la mesa para ir a buscarlo y cuando volví habían desaparecido. No lo entendía… había queso para toda una ciudad!
Mi error fue no haber leído el programa. Pensé que sólo se podía llevar un cuchillo para la degustación. Me llevé el mas grande que teníamos en casa: puntiagudo pero que se ensanchaba considerablente desde el centro hasta el puño. Mi idea era usarlo para cortar y luego colocar las lonchas de queso en el centro del cuchillo; así traería a casa lo más que pudiera . El pequeño seguía delante de mi...metiéndose por sitios donde tenían el queso a remojo… no sé si era aceite o agua: lo tenían en canales por varias partes que atraían al niño. Yo temía que metiera los pies en ellos. Por otra parte, mi sistema no funcionaba: cada vez que tenía que cortar un queso más delicioso que el anterior (parecía que los mejores estaban al final!) tenía que quitar del cuchillo/bandeja mi ya torrecita de lonchas para poder cortar más…al intentar ponerlas de nuevo en el cuchillo, el queso se me desmoronaba y caían al suelo. Intentaba ignorar las miradas, condescendientes de las damas . Tenía que llevarme lo más que pudiera…lo necesitábamos.
Según avanzaba…se llegaba a una serie de pasadizos que se iban estrechando y era más fácil que el pequeño se perdiera. Empecé a observar que había gente joven que, disimuladamente, se metía en la mochila trozos enormes de queso. Era indignante…yo había perdido otra vez el cuchillo y los quesos previamente cortados.
Ya llegábamos al final del largo pasadizo y yo tenía las manos vacías. Los iba probando pero era obvio que no llevaría nada a casa.
El pasadizo se ensanchaba al final y allí se encontraba un grupo grande de señoras elegantemente vestidas, como en una danza, se cruzaban entre ellas mientras yo - llena de ansiedad y aturdida- las miraba. Todas llevaban una fuente o bandeja en la mano…y hasta cestas de mimbre. No sólo llevaban quesos, también embutidos. Eran el colmo de la delicadeza y elegancia… la eficiencia…la perfección del ama de casa americana de los años 60. Mi hijo vino corriendo con una bandeja…me señalaba todo un tenderete lleno de cestas, y utensilios para cortar el queso…todo gratis, para el uso de los visitantes.
Habíamos empezado por el final de la cola…; en 10 minutos cerraban la exhibición. Mi hijo me preguntaba que dónde estaba el cuchillo de carnicero. Yo quería llorar, lo había perdido otra vez. Me volvía con menos de lo que traía. Eso sí sentía un gusto asqueroso y nauseabundo en mi garganta. Pensé, es de las pastillas para el dichoso hombro, tengo que dejar de tomarlas. Al mismo tiempo oí el sonido familiar de la taza de café depositada en la mesita de noche …”Estrella, son las nueve!”
Me tome el café…mi garganta estaba bien. Mientras tomaba el café, mi marido bebía ese caldo que se llama borscht, con queso, y comentó ¡que el queso estaba echado a perder!