Ir a la peluquería para mi es peor que ir al médico – que ya es
decir. Espero hasta tres o cuatro meses para hacerlo. No es de extrañar que no
tenga “una peluquera” como sería lo
normal. He tenido buenos peluqueros, pero como me he mudado tantas veces los he
ido perdiendo y echando de menos y comparándolos con los que venían tras ellos.
Otra manía que dificulta aun más encontrar a alguien a quien serle fiel, es que
no me gusta hacer citas por adelantado para cortarme el pelo. Llega un día en
que me levanto y decido, “no aguanto más”. Salgo por el barrio y entro en
varios sitios– empezando con mi favorito—a ver si alguien está libre...Casi siempre hay suerte.
De esta forma me tengo que conformar con lo que hagan. Si no me gusta me digo
“el pelo crece”, es casi lo único de lo que estoy segura. He mejorado el
problema con hacerme una permanente. Así puedo pasar hasta cuatro o cinco meses sin preocuparme...¡eso creía
yo!
Me
encontraba hace poco en la peluquería más cercana a casa, mi primera parada en
estas ocasiones. Buscaba un champú y acondicionador
para pelo rizado – por lo de la permanente.
Sin decidirme miraba las muchas opciones que había en el estante para
hacer de mi pelo estropajeado bellos bucles...las puñeteras revistas! En poco,
veo que se me acerca el señor de la foto y me dice que me he equivocado de
estante, que “esos productos son para pelos rizados”. Le afirmo, levantándome
un trozo de estropajillo que yo tengo el pelo rizado... No se lo puede creer.
Creo que—por mi acento—decide que no lo he entendido. Con suma paciencia, casi amorosamente,
me lleva al otro lado y me dice que “aquí está lo que necesitas”: toda una gama
nutritiva, suavizante, revitalizante... Me convenció inmediatamente. No quería
dejarlo escapar; estaba dispuesta a hacer una cita con él para el día que él
pudiera-- quería cortarme las puntas que él miraba con gran pesadumbre. Cuando le pedí la cita lo pensó un
momento, su jornada había acabado pero... Casi sin enterarme me encontré
entronada en su sillón, el compañero lo miraba con sorpresa “¿pero no te
ibas?”. Edward me cortaba las puntas cuidadosamente, como si en ello le
fuera la honra de largos años de maestría
con las tijeras. Eso sí, me rogó que una vez que él empezara a cortar, que
estuviera en silencio, que tenía que concentrarse!
Acabada
la tarea, con gran éxito, me entero que Ted conserva su juventud, templanza y
buen tipo – y tino-- gracias al Yoga. Cuando me dice que tiene 75 años le
respondo que nunca le habría echado más de
sesenta y cinco...Me pregunta mi edad y con asombro y generosidad me
dice que parezco tener veinte menos; se da cuenta que no lo creo y rectifica “diecinueve menos!”.
Sin
lugar a duda, de ahora en adelante no tendré más remedio que hacer cita para
cortarme el pelo, y apuntarme a clases de Yoga.
Gracias, Ted.
Ted Edwards: Curls and Yoga
***
Ted Edwards: Curls and Yoga
For
me, going to the hairdresser is worse than going to the doctor, and that’s
saying something! I often wait three or four months, so it’s hardly strange
that I don’t have a regular “hairdresser” the way most people do. I’ve had some good ones, but I’ve moved so
many times that I’ve left them behind, and then missed them, and compared them
with the new ones that came along later.
And there’s another thing that makes it harder to be “faithful”: I don’t
like making appointments to have my hair cut.
But
a day always comes when I get up and think, “That’s it! I need a haircut!” I go down the street, into different
places—beginning with my favorite one—to see if anyone is free... And I’m
almost always lucky. This way, I simply have to live with the results. When I don’t like it, I just tell myself that
“well, hair does grow back. That’s
about the only thing I’m sure of!” Things
got a little better when I got a perm: . I can go four or five months without worrying
about it... or that’s what I thought, anyway.
Recently
I found myself in the hairdresser closest to my house, always my first stop on the
search. I was looking for a shampoo and conditioner for curly hair—you know,
because of the perm. I was looking at a shelf of options to turn unruly hair into beautiful curls (ah, those
beauty magazines! ) when the gentleman above—the one shown in the photo--tells
me that I’ve got the wrong shelf, “all those products are for curly hair.”
Lifting
a wisp of lifeless hair, I tell him I have curly hair! He can’t believe his
ears. I think--maybe because of my accent—he’s decided that I haven’t
understood him. With great patience, lovingly, he takes me across the room and
tells me: “I have what you need”: an
entire line of softeners, revitalizers, nutrients...
Who
could resist? I would make an
appointment for whatever day he had free. What I wanted was a trim; I could see
him looking painfully at my shaggy tips. He hesitated for a moment, his workday
was over but, before I realized it I was enthroned in his chair, hearing the
hairdresser beside him: “I thought you were done for the day!” Ted trimmed carefully, as though it were a
matter of honor, in long years of
mastery with the scissors. What he did
ask for was silence, once he began cutting.. he needed to concentrate.
When
he finished, very successfully, I found out that he has held onto his youthful serendipity,
his good looks—and good hands—thanks to Yoga. When he tells me he’s 75, I tell
him I thought he was ten years younger. When
I tell him mine, he says I look twenty years younger. He can see I don’t
believe him and is quick to correct himself.
--OK, nineteen years younger.
Well that
settles it. From now on, hairdressing appointments and maybe even yoga.
Thanks,
Ted.