Y los Reyes Majos me trajeron “L I B E R A C I O N”. Con una hermosa cubierta de “El jardín de las delicias”, El Bosco (mírenla bien, no se pierdan los detalles), Luis Goytisolo nos invita a recorrer un camino que nos lleva desde lo más íntimo, a veces oscuro, del ser humano hasta la pura recreación de la naturaleza. Una novela donde el tiempo pasa y vuelve y diferentes narradores nos hacen saber de ellos mismos y de otros. Una novela fuera del canon a que estamos acostumbrados, nada nuevo en este escritor que nunca se ha ceñido a la narrativa fácil y previsible. Uno de los pocos libros que me ha hecho volver a él, a una segunda lectura, en busca de reflexiones y pensamientos como estos:
"Así como la demolición del interior de un antiguo edificio del que se quiere salvar tan sólo la escueta fachada suele suscitar una secreta aprensión entre los viandantes que transitan por las cercanías, debido no ya al peligro de un derrumbe accidental o de desprendimientos, sino, sobre todo, por temor a las miasmas integradas en la estructura material de esa construcción cuyo derribo se está encargando de liberar, efluvios cuya carga de miseria, enfermedad, sufrimiento y desgracia se intuye contagiosa, así la inquietud del ser humano ante cualquier decidida revisión de su pasado individual o colectivo que deje al descubierto la realidad más profunda, más irrevocable. […]
"Caso extremo de esta clase de repulsión, al menos para mí, es el que me inspiran los muebles de anticuario, así como los simplemente heredados, cuando no han sido remozados por entero. Los armarios y cómodas que, al ser abiertos, desprenden el olor de las prendas usadas por generaciones de seres que yacieron por última vez en la cama que se nos ofrece para dormir; las perchas de las que habían colgado chaquetas de cuello más o menos gastado, más o menos sobado; las mesitas de noche. […]
"Lo que repele de esos muebles gastados por el uso, de esa nube de polvo que se revuelve sobre los escombros, es la desdicha de la que enseres y muros han sido testigos, esa gris respiración que acaba por apagarse. Pero, así como el que por su oficio –albañil, arquitecto--, sea o no víctima de tales aprensiones, se ve obligado a terminar por vencerlas, así todo aquel empeñado en conocerse a sí mismo, y sólo a partir de ese conocimiento hacer una u otra cosa, tendrá también que vencer el temor a una introspección llevada a sus últimas consecuencias. Pues, mientras que la vida como fenómeno general referido al cosmos despierta tanto interés como simpatía, no bien restringimos su significado a la existencia concreta del ser humano empieza a suscitar aprensiones y suspicacias, que se convierten en instintivo rechazo cuando de lo que se trata es de desentrañar o intentar esclarecer la realidad íntima del sujeto. Lo normal es que, contrariamente a lo que suele proclamarse, a casi nadie le apetezca verdaderamente indagar demasiado en sí mismo, ahondar hasta los recovecos más recónditos de la conciencia, de forma que sólo unos pocos son capaces de convertir esa indagación, con frecuencia ingrata, en conocimiento liberador, susceptible de dotar al sujeto de un margen de autonomía hasta entonces desconocido. La energía generada es similar a la inherente a todo proceso de aproximación amorosa, cuando, llevadas por el deseo de integración, cada una de las partes se adentra en la intimidad de la otra, y las revelaciones a las que accede son, al propio tiempo, oscuras revelaciones acerca de uno mismo.
"Caso extremo de esta clase de repulsión, al menos para mí, es el que me inspiran los muebles de anticuario, así como los simplemente heredados, cuando no han sido remozados por entero. Los armarios y cómodas que, al ser abiertos, desprenden el olor de las prendas usadas por generaciones de seres que yacieron por última vez en la cama que se nos ofrece para dormir; las perchas de las que habían colgado chaquetas de cuello más o menos gastado, más o menos sobado; las mesitas de noche. […]
"Lo que repele de esos muebles gastados por el uso, de esa nube de polvo que se revuelve sobre los escombros, es la desdicha de la que enseres y muros han sido testigos, esa gris respiración que acaba por apagarse. Pero, así como el que por su oficio –albañil, arquitecto--, sea o no víctima de tales aprensiones, se ve obligado a terminar por vencerlas, así todo aquel empeñado en conocerse a sí mismo, y sólo a partir de ese conocimiento hacer una u otra cosa, tendrá también que vencer el temor a una introspección llevada a sus últimas consecuencias. Pues, mientras que la vida como fenómeno general referido al cosmos despierta tanto interés como simpatía, no bien restringimos su significado a la existencia concreta del ser humano empieza a suscitar aprensiones y suspicacias, que se convierten en instintivo rechazo cuando de lo que se trata es de desentrañar o intentar esclarecer la realidad íntima del sujeto. Lo normal es que, contrariamente a lo que suele proclamarse, a casi nadie le apetezca verdaderamente indagar demasiado en sí mismo, ahondar hasta los recovecos más recónditos de la conciencia, de forma que sólo unos pocos son capaces de convertir esa indagación, con frecuencia ingrata, en conocimiento liberador, susceptible de dotar al sujeto de un margen de autonomía hasta entonces desconocido. La energía generada es similar a la inherente a todo proceso de aproximación amorosa, cuando, llevadas por el deseo de integración, cada una de las partes se adentra en la intimidad de la otra, y las revelaciones a las que accede son, al propio tiempo, oscuras revelaciones acerca de uno mismo.
"El conocimiento que se deriva, por ejemplo, del inquirir de cada parte acerca de anteriores experiencias amorosas de la otra, responder con precisión implacable, atosigado por los latidos del corazón, a las puntualizaciones pedidas por Magda, pedir a mi vez detalles, imaginar su cuerpo besando y siendo besado por otro, penetrando y siendo penetrado, haciendo exactamente lo que ahora hacemos nosotros sólo que visto desde fuera, turbador tumulto de formas que termina por cobrar vida propia.
Todo eso hace de la mujer amada la persona que mejor llegamos a conocer, una vida que se integra en nosotros al tiempo que nos integra, no en vano conocimiento carnal y conocimiento son en la Biblia sinónimos. Sería muy equivocado pensar que familiares y amigos, por mucho que no haya secretos para ellos, puedan alcanzar un similar nivel de conocimiento mutuo. ¿Qué saben los hijos de los padres, de cómo eran antes de ser padres? ¿Y de los hijos, tanto más desconocidos cuanto más crecen? ¿Qué sabemos de nuestro nacimiento, de los hechos que en él concurrieron, sino lo que nos han contado, una concatenación aleatoria de acontecimientos cuyo mero enunciado nada explica?"
Así resume Rafael Conte la temática de la novela:
Las viejas casas nos contaminan, se compran o se venden, sus propietarios se suceden sin saber muy bien por qué, las mujeres son como flores que se marchitan, los matrimonios se hacen y deshacen, las nuevas generaciones de moteros son tan analfabetas como criminales las de los guerreros quintacolumnistas. La naturaleza real se humaniza, o nos naturaliza, mientras el mundo gira y los seres humanos se debaten entre el amor, la traición, los suicidios o los asesinatos, la desaparición o su ilusión, pues nunca nada ni nadie desaparece de verdad, pues todo sigue existiendo tras la muerte, que nos contamina con sus miasmas de las viejas casas, de todos nuestros proyectos o vacilaciones ...
Luis Goytisolo en Africa Oriental
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