lunes, mayo 28, 2007

Graciela Reyes: Cuentos de la Funeraria

A esa parte de la isla se puede llegar por barco. Hay un atracadero tan pequeño que parece inverosímil, y unas palmeras despeinadas que se asoman al agua. Mi amiga la escritora dice varias veces, en los poemas recogidos en su antología, que las palmeras son flechas, pero las palmeras de la isla no son flechas, tienen, sí, troncos muy largos y muy delgados, pero torcidos, retorcidos, arqueados, inclinados y hasta caídos según las varias direcciones del viento: las palmeras son endebles, son tristes, son humanas, no pueden tener, como las flechas, la alta aspiración de ser certeras.

Si se va por tierra, hay que atravesar un puente silencioso. Las casas están pintadas de colores claros, son casas bajas y pobres. Hay gente inmóvil en las aceras, grupos de hombres en las puertas de los bares. La funeraria es un edificio cochambroso pintado de blanco. Sobre una de las puertecitas un letrero dice “Funeraria”. Nada más.

La oficina del dueño nunca se barre, porque él no quiere que nadie entre allí, ni siquiera a limpiar. Es muy fea: un escritorio de metal, dos sillones tapizados de plástico, ninguna ventana. En la pared, detrás del escritorio, un Corazón de Jesús pegado con cinta adhesiva (se cae a veces; el dueño lo vuelve a poner en su sitio golpeando con el canto de la mano). Los ojos de Jesús –una mirada extremadamente dulce, que invita a llorar– miran al cliente, y el cliente tiende a hablarle a Jesús, de modo que los contratos de servicios fúnebres se van convirtiendo en inesperadas confesiones, que el dueño escucha jugando con el vaso de plástico donde quedan restos de la cerveza que cada tanto va a buscar al bar de enfrente.

El dueño de la funeraria es mi amigo Monroy, pintor y poeta. La funeraria la heredó, y ahora todos le dicen “el de la funeraria”. En mi primera visita a la isla, cuando lo conocí, Monroy tenía todavía hijos muy pequeños, casi una docena, todos hermosos como ángeles, y ya dedicaba mucho tiempo a pensar en la muerte, pero nunca me dijo que iba a heredar una funeraria, nunca me habló de su padre. Yo entonces era una mujer joven muy ocupada con la vida y sus altibajos, aunque también pensaba en la muerte. Ahora, en esta última visita mía, los hijos estaban crecidos, la mujer lo había abandonado, y Monroy se había decantado y concentrado en sí mismo. Retomamos la conversación, o la falta de conversación, fácilmente, como si no hubiera pasado el tiempo.

En una carpeta manoseada están los precios de los ataúdes, y en otra carpeta más limpia los poemas que Monroy va escribiendo mientras toma cerveza, encerrado en la oficina oscura a la que no necesitaría ir todos los días, ya que, en realidad, el negocio marcha solo y los empleados, por alguna razón, se quedan allí todo el día, en lugar de cumplir horarios, salvo el embalsamador, porque los embalsamadores tienen sindicato y cumplen estrictamente sus horarios.

En la oficina se está bien. El aire acondicionado, el moblaje mínimo, el Corazón de Jesús, crean un espacio tan confortable para un vivo como los ataúdes de metal para los muertos. Los ataúdes de metal retardan la descomposición de los cadáveres; no entra el aire, y el muerto se momifica lentamente. En la oficina no hay aire, ni luz, ni más ruido que el del motor del aire acondicionado (el enchufe está al lado del Corazón de Jesús). En la oficina es posible retardar la vida, escribir poemas, dibujar las caras de los pocos que entran en esas horas sin reloj. En uno de sus poemas Monroy ha escrito, creo, que los peces del tiempo no se impacientan nunca. Leíamos en voz alta los poemas y pasábamos allí las tardes, al principio con algún pretexto y después sin ningún pretexto. Yo me acomodaba en el sillón del cliente, con mi cerveza y mi vaso de plástico, y Monroy iba dejando de hablar a medida que nos entumecíamos y nos entregábamos al encierro. La proximidad de los ataúdes (que veía, contra mi voluntad, en un espejo, cada vez que salía a la calle y entraba en la funeraria por la puerta del letrero para ir al baño) nos daba un miedo lleno de alivio, el alivio de dominar, al menos, los pormenores sociales de la muerte.

El mar queda detrás de la calle; si uno baja hasta la balaustrada del atracadero, huele el agua grisácea que se extiende hasta todo lo abarcable, sin horizonte, sin fin, porque la luz es opaca como la bruma. Se ven, vagarosos, barcos inmensos mar adentro. Después, uno sube otra vez por las callejuelas desoladas, entra en el bar, pone un quarter en la máquina tragamonedas y escucha un viejo tango hecho bolero (“Adiós muchachos compañeros de mi vida barra querida de aquellos tiempos ya se acabaron para mí todas las farras mi cuerpo enfermo no resiste más”), compra otra cerveza y más tabaco, vuelve a meterse en la funeraria. La oficina está fresca y tiene el mismo olor que los cajones de un armario donde se guardan cubiertos que no se usan nunca.

El último día de mi visita, leíamos un poema cuando golpearon a la puerta. Entró un hombre alto, con la gorra en la mano. Parecía reírse. Dudaba, quizá por mi presencia, pero no me moví. Cerró la puerta y encaró a Monroy.

– ¿Apartan cajas?
Monroy no le contestó.
– Quisiera
apartar una caja.

Se rió. Bajó la voz.
– La más barata.
– Setecientos.
– Es para un
a amiga.
Se rió.
– Dice que se va a morir cuando cumpla treinta años. Cumple treinta años el 3 de abril. Yo se la quiero regalar.
– ¿Quiere ver la caja?
– Bueno.
– Vamos.

No entré en la sala de ataúdes, pero veía una parte por un espejo. Después me metí en el bañito maloliente. Los oía.
– Está bien. Yo le voy a pagar una parte ahora. Es para el 3 de abril, faltan dos meses.
– Bueno.
– Dice que se va a morir. Lo dice ella. Que no va a vivir más de treinta años.
– Bueno.

Se acercaron las voces. Otra risa, y un susurro apremiante.
– Que no se entere el marido, por favor.
– No se preocupe.
Firmaron un contrato en la oficina. No era necesario que le pagara nada todavía. Le iban a apartar la caja. Si ella quería verla, podía venir, claro. Una buena caja. El marido no se iba a enterar. Era un regalo.

Se fue. Volví a mi sitio delante de los ojos dulces de Jesús. Monroy pensaba.
– La voy a hacer llevar por la ciudad, no por la costa. Es más lujoso. Por la costa no te ve nadie. El 3 de abril.

Nos fuimos por los bares del pueblo, para despedirnos. Tomamos ron con anís hasta que dejamos de ver el mar. Cuando quisimos volver, el coche no arrancaba. Nos recogió un empleado de la funeraria, el que velaba por la noche, y nos llevó de vuelta en un largo coche fúnebre que iba esquivando lentamente palmeras.

sábado, mayo 26, 2007

BACK TO SCHOOL







QUERIDOS TODOS, perdón por interrumpir el ritmo del blog, pero pensé que merecía la pena. Aquí os dejo con la foto de Miguel Vivanco, “Back at School,” que es de lo más entrañable, y con dos enlaces muy interesantes. Perdón...pueden seguir.

http://encuentrosconlasletras.blogspot.com/2007/05/los-libros-del-blog.html

http://www.lafabulaciencia.com/archivo/07/07-abril/libro-ensayo.html

viernes, mayo 25, 2007

DE ESTO Y AQUELLO

No querría aburrirles con mis redescubrimientos de Madrid pero es que hay días que vuelvo a casa con música en los pies. Suena un poco tonto, pero así es.

Estoy en un barrio de lo más agradable. Todo lo tengo a mí alrededor. Igual que en Brookline, en Boston, pero ¡qué diferencia! El otro día, crucé al mercado donde se puede comprar... “desde diamantes a unas braguitas” me dijo una amiga. Los diamantes no los he visto todavía, pero llevaba razón. Normalmente me acerco a las fruterías y a los puestos de fiambres, queso etc. En una de estas tiendas, decidiendo qué tipo de galletas Melba iba a comprar, el joven dependiente me dijo: ”Tenemos de todos los tamaños y formas, para todos los gustos…” Inclinándose un poco más en el mostrador siguió: “Figúrese usted si a todos los hombres les gustara la misma mujer, la que se armaría”. Yo le contesté “o el mismo hombre”. El chico dudó unos segundos pero replicó: “¡Claro, en su caso!” Bueno, esto en EE.UU. podría ser un buen ejemplo de acoso sexual. Yo me fui tan contenta a comerme mis uvas. Ayer volví y el mismo dependiente me atendió. Ya se había dado cuenta de que no era del barrio y entramos en charla sobre NY porque estaba a punto de hacer un viaje con su mujer. Quería saber dónde comprar más barato, si mandar cosas por una agencia o pagar sobrecargo. No lo pude ayudar. Le dije que se metiera a comprar donde van los puertorriqueños y mejicanos. Ellos saben dónde están las buenas compras. Y que dejara de hablar con los dependientes de mujeres y hombres y gustos… por si acaso…

No he comprado mucho en el Corte Inglés, pero he dado muchas vueltas; en ocasiones pensé que notarían que pasaba por el mismo círculo varias veces, pero no…pensarían que era una señora indecisa. Realmente lo que hacia era escuchar las conversaciones de las dependientas. Ayer cuatro hacían un corro. La voz de una destacaba:

“Mañana, todo es mañana…Ya hace meses que quiero poner un biombo en la sala, pues nada, mañana. Y yo ¿cómo voy a mover el televisor y todos esos cables?…si luego quedan mal ya la tenemos… No es que sea una mala persona…ya sabéis...pero lo de mañana…claro que si él quiere algo tiene que ser al instante. Pues no: ayer le dije que….” Cuando volví por tercera vez las otras le daban consejos “No chica, tú firme. Si te hace esto ahora… No vayas con él cuando el quiera ir”. Otra voz: “Pues yo estoy de fútbol y toros, vamos, quedarse en casa un fin de semana hasta que acaba el fútbol…luego lo tengo enfollonao si la cosa no sale como él quiere...”

La más graciosa de todas, dos dependientas: “Pues hija, que no, que no lo deja. Tiene una tos! Yo ya no sé que hacer…”. La otra…”Pues chica, no le des…” (No le des qué, pensaba yo.) Me entretuve un poco más por ahí. Hasta compré una camiseta rebajada, para disimular. Siguió la del pelo estiradísimo en un moño “Tú ya sabes…cuando quiera bulla le dices que o deje de fumar o que se lo busque en otra parte” Creo que lo iba entendiendo. La compañera del problema se echó a reír estrepitosamente. “Estás loca…se lo busca donde sea. Bueno, yo no puedo competir con el cigarro”

Luego estaban las de los móviles… De las cosas que una se puede enterar si fuera un poco más descarada. Una de ellas decía: “Dile que se vaya a dormir con su madre”; claro, fuera de contexto… No quiero imaginar la situación.

Esta es una de las mejores. Con el tiempo de ayer acabé comprándome unas medias. La chica a la que le pedí consejo me recomendó unas que ella llevaba puestas. Para mayor claridad se levanto la camiseta y me enseño el estómago—claro, cubierto por las medias-- y por si no fuera suficiente se quitó el zapato para que viera que no se notaba la costura de delante, por si las llevaba con sandalias! A esto llamo yo buen servicio... No en Boston.

Podría seguir, pero para ustedes esto debe ser pan de cada día. ¡Para mi son manjares! Hasta la mala educación es mejor que la indiferencia.

martes, mayo 22, 2007

Julio Cortázar: VESTIR UNA SOMBRA

Os dejo aquí un relato de Julio Cortázar, que procede de Ultimo Round. Me referí a este relato en un comentario al blog de Vicente Verdú “La Seducción”. Otro comentador llamado “Inocencia” lo colgó por mí, que no lo pude localizar. Me pregunto si la firma de este ángel no indicará que él o ella relaciona este relato más con la inocencia que con la seducción. Se lo dejo y ya dirán. Uno nunca se puede equivocar con Cortázar.

*

Lo más difícil es cercarla, conocer su límite allí donde se enlaza con la penumbra al borde de sí misma. Escogerla entre tantas otras, apartarla de la luz que toda sombra respira sigilosa, peligrosamente.

Empezar entonces a vestirla como distraído, sin moverse demasiado, sin asustarla o disolverla: operación inicial donde la nada se agazapa en cada gesto. La ropa interior, el transparente corpiño, las medias que dibujan un ascenso sedoso hacia los muslos. Todo lo consentirá en su momentánea ignorancia, como si todavía creyera estar jugando con otra sombra, pero bruscamente se inquietará cuando la falda ciña su cintura y sienta los dedos que abotonan la blusa entre los senos, rozando la garganta que se alza hasta perderse en un oscuro surtidor.

Rechazará el gesto de coronarla con la peluca de flotante pelo rubio (¡ese halo tembloroso rodeando un rostro inexistente!) y habrá que apresurarse a dibujar la boca con la brasa del cigarrillo, deslizar sortijas y pulseras para darle esas manos con que resistirá inciertamente mientras los labios apenas nacidos murmuran el plañido inmemorial de quien despierta al mundo. Faltarán los ojos, que han de brotar de las lágrimas, la sombra por sí misma completándose para mejor luchar, para negarse. Inútilmente conmovedora cuando el mismo impulso que la vistió, la misma sed de verla asomar perfecta del confuso espacio, la envuelva en su juncal de caricias, comience a desnudarla, a descubrir, por primera vez su forma que vanamente busca cobijarse tras manos y súplicas, cediendo lentamente a la caída entre un brillar de anillos que rasgan en el aire sus luciérnagas húmedas.

Grabado: Robert Kipniss

PRIMERA COMUNION Y AUSTERIDAD

Ya estamos en mayo. El mes por antonomasia de los trabajadores, de las flores, de las alergias -que todo hay que decirlo- de la Virgen María, de las andaluzas Cruces y de la campaña electoral y elecciones. Pero si en algo destaca este mes de mayo es precisamente en cuanto a primeras comuniones. Todos los fines de semana de mayo, principalmente los domingos, se celebran desde tiempos inmemoriales las ceremonias de la primera eucaristía para niños y niñas.Qué quieren que les diga, sino que respeto enormemente al prójimo en cuanto a la libre elección de hijos y padres de llevar a cabo o no la primera comunión. Pero no me parece bien que un niño o una niña, en el fondo, desee hacer la primera comunión por mor de regalos, banquetes y de lucir trajes de marinero, almirante, de novia o de princesita Sissi. Si estas sensaciones las tienen la mayoría de ellos, si es asi como valoran un acto ritual y serio de compromiso doctrinal para con la religión católica, es que algo falla en el sistema.Los niños de tan temprana edad carecen de opinión y de convicciones propias. Son el reflejo de los padres y repiten lo que éstos les inculcan. Asi que, el desmesurado materialismo que muestra la mayoría de la chiquillada comulgante, se debe a sus progenitores, que suelen ser malos y nulos practicantes y que incluso siendo ateos o anticlericales deciden que sus retoños hagan la primera comunión porque es tradicional, porque los demás -vecinos, amigos- también la hacen, hay muchos regalos, se luce un bello caro traje o vestido y se producen alegría e ilusión junto a la juerga en el banquete donde reunimos a la familia.Lo más penoso de todo esto es que muchos de los padres se empeñan y se endeudan hasta las cejas con préstamos y créditos durante varios años para pagar todos los gastos y costes de una primera comunión que llega a ser casi tan cara como una boda. Si algunos padres pueden pagarlo, allá ellos, pero las familias que no llegan a final de mes y no se privan de tales extras, pasan dificultades, por lo que deberían ser más humildes y evitar calentar el endeudamiento familiar en la economía máxime cuando aún es alto el nivel de paro, debemos mucho a los bancos, existe morosidad, se han cerrado cientos de empresas y se han destruido miles de empleos.Con menos materialismo y más sentido común se puede realizar una sencilla pero modesta primera comunión sin faustos ni ostentaciones opulentas. Quienes comulguen austeramente lo sentirán igual de emotivo e ilusionante que quienes lo hagan entre excesos. Austeramente se reduciría el endeudamiento familiar, y quienes comulguen lo harían por convencimiento religioso. Y fíjense si todo esto es serio, que hasta la mismísima Iglesia, que también sabe de lujos y derroches, ha alertado sobre el problema. Por algo será.
JOSEP ESTEVE RICO SOGORB

viernes, mayo 18, 2007

Graciela Reyes: LAS GRANDES CIUDADES

Acabo de regresar de un viaje a Nueva York. La mujer que iba sentada a mi lado en el avión, que leía la misma revista que yo (The New Yorker), me preguntó de dónde era. A veces me lo preguntan antes de que abra la boca, o sea, antes de notar mi acento extranjero, que tampoco identifican nunca; debo confesar que según la cara del que me pregunta digo que soy griega, pakistaní, turca, israelí, palestina, paraguaya y hasta noruega. Lo que suena más exótico es “paraguaya”. En Buenos Aires nadie cometería el error de preguntarme de dónde soy, pero casi todos cometen el acierto de comentar “¿usted vive afuera, no?” “Afuera” significa ‘en el extranjero’. Me explican que tengo un aire extranjero, aunque hable como porteña.. Es que soy extranjera. Cuando era una infante, me gustaba ir de brazo en brazo; en la niñez, de casa en casa; en la juventud, de café en café. Todos los lugares me atraían, y en cuanto pude tomé un avión sin pasaje de vuelta. En parte tuve que hacerlo a la fuerza, si quería seguir estudiando lingüística, pero yo había decidido hacía mucho que iba a vivir en otras ciudades.

En ciudades grandes, en verdaderas ciudades, solamente. Una verdadera ciudad es grande y más bien sucia, por el trajinar continuo de la gente, tiene barrios muy diferentes entre sí, mucha agitación, ruidos insoportables, bares, tiendas, cines, borrachos, parques maravillosos donde no conviene entrar de noche, túneles, escaleras, amplias avenidas (recuerdo un verso cursi de mi profesor Guillermo de Torre: “Madrid, ábreme los escotes de tus avenidas”), hoteles de lujo, hoteles familiares, hoteles de mala muerte, estaciones de tren, un subterráneo que abarca todas las calles, como una araña gigantesca, y puerto, puerto y ratas y marineros. Nací al lado del puerto, escuchando las sirenas de los transatlánticos. Las ciudades grandes, las que me gustan, tienen rascacielos, terrazas llenas de gente, galerías de arte, museos, ópera, varias universidades, noches plácidas en barrios tranquilos, noches que nunca duermen en barrios de juerga. Tienen olores, muchos olores. Buenos Aires despide un inolvidable olor a agua podrida, que ahora se nota menos que antes, porque han construido mucho sobre el río. Chicago tiene olor a gaviotas, a viento, y, en invierno, a hielo; Madrid tiene olor a pinos y a romero, en sus mejores días; Nueva York tiene olor a comidas exóticas, a ajo, a mar y a ostras, a plástico y a perfumes de lujo. Conozco otras ciudades, pero no las he vivido, aunque a veces he pasado semanas o hasta meses en Barcelona, en París o en Venecia, y he bajado a comprar el pan por la mañana. Pero yo considero que vivir en una ciudad es trabajar en ella, o al menos buscar trabajo en ella. Todo lo demás es turismo, y el turismo no permite conocer las ciudades, es nada más que un abrazo con la ropa puesta.

Madrid fue la primera ciudad extranjera en que me establecí para vivir, o sea para estudiar y buscar trabajo y morirme de hambre si era necesario, sin contárselo a mis padres, que me hubieran mandado una vaca por correo, en la mejor tradición de la burguesía argentina, que viajaba por Europa con su vaca. En el año 1973, cuando llegué, Madrid no era todavía una gran ciudad, al menos comparada con Buenos Aires. Me di cuenta de que podía ir andando a casi todas partes, y eso me desilusionó un poco. Encima, Franco. Mis profesores en la Universidad de Buenos Aires (el ya mentado don Guillermo, Claudio Sánchez Albornoz, Manuel Lamana, y hasta el médico que atendía a mi familia, el doctor Isidro Vahamonde) me habían hablado ya del franquismo. El cura vasco con el que yo me confesaba en los años inocentes, me decía cuando me daba la absolución, “Recuerda, niña, que viva la República y que muera Franco”. A causa de eso mis padres me explicaron la guerra civil cuando yo tenía seis años. Pero en Madrid encontré el Ateneo, y allí estaba a mis anchas. Recuerdo la biblioteca ardiente, recuerdo que se me pegaba el cuerpo al sillón de cuero, y recuerdo las ventanas que daban a un patio, y los vencejos enloquecidos. Yo leía ávidamente y era feliz.

De mi primer año en Madrid, ahora que han pasado más de treinta, recuerdo ante todo el Ateneo y los vencejos, los libros y revistas que yo leía buscando un campo de estudio dentro de la lingüística (lo encontré), el olor a frito maravilloso de los patios de las casas, y recuerdo que me moría de hambre. Perdí diez kilos en unos meses, y me ataba los pantalones con una cuerdita. Se me hizo un hoyo en la punta de la nariz, de tan flaca que estaba. Pero el hambre no me desanimaba en absoluto. Estaba enamorada, estudiaba, era totalmente feliz, aunque hambrienta. Un día me metí en el bolso el tarrito de mostaza que siempre había en las cafeterías. Me lo comí con pan, pensando en el Lazarillo de Tormes, divertida. Cuando me pagaron mi primera traducción en la editorial Gredos, me dieron más de lo prometido (exactamente 162 pesetas por página, en lugar de 90 pesetas), porque les gustó el trabajo, y yo salí de allí súbitamente rica. Tenía un montón de billetes en la cartera, pero en lugar de irme a mi casa y compartir mi alegría y el dinero, me tomé un autobús hasta la Gran Vía, entré en uno de esos bares de tapas que tienen todos los mariscos expuestos en los escaparates, y me di un atracón.

Nunca pude, sin embargo, pese a la generosidad de la editorial Gredos, comprar comida suficiente, ni yo ni mi novio, que estaba en las mismas, ni mis queridas amigas argentinas, que ni siquiera tenían la editorial Gredos. Compartíamos dos naranjas entre cuatro, y yo soñaba con los quesos, pero me limitaba a tocarlos en el supermercado, a ver si estaban bien estacionados, e irme sin comprar ni un pedacito. En Buenos Aires, aunque era una hija mimada, tampoco tenía dinero a mi disposición, y trabajaba muchas horas para poder comprarme libros. Yo estaba acostumbrada a desear, y las ciudades son para mí lugares de deseo, porque todo está allí, expuesto como los mariscos aquellos, fuera de mi alcance. De esto resulta que para mí una ciudad, una verdadera ciudad, tiene que hacerme desear mucho, o no es una gran ciudad. Tiene que superar mis fantasías, tiene que ofrecerme más de lo que yo puedo imaginar. Es un requisito. Acabo de verificarlo en este viaje a Nueva York. En las ciudades, y más que ninguna en Nueva York, están los centros de poder y de éxito, en las librerías los libros que acaban de salir y ya son famosos, en las galerías de arte objetos nunca vistos. Las tendencias, las modas y los gustos se hacen por la calle. Los hermosos y los famosos se mezclan con los borrachos y los destruidos, el lujo convive con la peor miseria, y la vida con la muerte, a cada instante. Todo a la vista. Las ciudades captan, modifican y comercian la imaginación humana, y la ofrecen bajo muchas manifestaciones, algunas fascinantes e inalcanzables. En las ciudades se aprenden nuevos deseos, se vive mirando y chocando, sufriendo y descubriendo, reaccionando a miles de estímulos. En las ciudades se conoce mejor la soledad.

Hay que desear, para mantener la ilusión de un futuro. Cumplí algunos de mis deseos. En Buenos Aires aprendí la euforia de esperar siempre algo, la sumisión del estudio, el placer de la amistad y los sueños compartidos. En Madrid escribí mis primeros libros y conocí maestros y amigos que cambiaron mi vida. En Chicago, la ciudad más esquiva y difícil para mí, recibí el estímulo necesario para ir descubriendo mis verdaderas vocaciones, y ahora me siento en casa. Me siento en casa en las ciudades, porque me siento en casa en el deseo, en el barullo de la vida, en la diversidad de la gente, de la comida, de las lenguas. En realidad no soy de ninguna parte sino de esta fascinación, y por eso puedo seguir agregando ciudades y viviéndolas plenamente, como una verdadera extranjera, que está atenta a todo, que mira con ojos siempre sorprendidos, que se siente de paso por la vida y por los afanes de la vida, pero apasionadamente de paso.

GRACIELA REYES

martes, mayo 15, 2007

BERNABEU PUERTA 1

Estas eran las instrucciones que me daba un viejo amigo para quedar a comer. Me pareció algo extraño. En otras ocasiones me había recogido en coche en la puerta de casa. No le di mucha importancia. Tomé un taxi con tiempo de sobra ya que no sabía dónde quedaba el estadio. En menos de cinco minutos estábamos allí. Efectivamente existía la puerta 1 y también la cero. Un sitio bastante desierto ya que lo que queda enfrente de la puerta 1 es el aparcamiento. Había llegado casi 15 minutos antes. Me quedé parada delante de la gigantesca puerta que enmarcaba mi estatura, y no de una forma muy favorable. Me hacía sentir mas pequeña y tonta. Hacía fresco y el sol estaba al otro lado. Decidí mudarme de sitio y buscar el calorcito.

Una vez al otro lado pude observar la magnitud del edificio y de las puertas, me imaginé a mí misma esperando como una turista bajo el número uno. La decisión del cambio fue acertada. Empecé a andar en la acera que enmarca el aparcamiento y a disfrutar de la vista del parque y del edificio. Una furgoneta blanca se paró casi al lado donde yo estaba. Se bajo un señor, tipo empresario de espectáculos baratos, y a continuación una morenaza de pelo negro y a medio vestir; unos tacones tan altos que la distancia al numero uno no era tan aparente. En menos de unos segundos la señorita se puso a posar. Pantaloncitos blancos y camisa del mismo color atada en el frente y dejando ver un ombligo mas oscuro que su pelo. Varias poses muy posadas y sin más se metieron en la furgoneta y se fueron. Me quedé pensando: si me hubiera quedado bajo el número habría salido en esas fotos... Este pensamiento me llevó a otros; la verdad es que mi amigo me había citado en un lugar con bastante exposición.

Faltaban diez minutos, cinco me sobraban para fabricarme la escena perfecta. Lo veía todo claro: seguro que le habría dicho a los amiguetes que me chequearan, aunque no estoy tan bien como para que esa fuera la razón. Bueno, supongamos que lo estuviera, no es difícil imaginar…y es gratis.

Efectivamente, aquí venía la primera. Una linda chica de mediana estatura, con traje de sastre, medias y unos respetables tacones.El pelo rubio recogido graciosamente en la nuca. Me miró con una sonrisa muda; se dio cuenta de que yo la observaba. Se paró en medio del aparcamiento y se quitó uno de los tacones , lo sacudió como si algo se le hubiera metido dentro. Se lo puso y seguidamente hizo lo mismo con el otro. Con mucho garbo siguió andando pasando delante de mi, sin inmutarse. Según la vi de espaldas se me ocurrió que si el pelo fuera pelirrojo y en vez de llevar falda estrecha llevara unos pantalones de piel bien podría ser Joaquinita…Salía de mis lucubraciones cuando vi venir hacia mi, atravesando el aparcamiento a Pepito Grillo, el de nuestro blog. Traje negro, pelo negro y rapado, chaqueta abrochada, una mano en el bolsillo y el móvil en su mano derecha. No parecía hablar sino escuchar. Pasó tan cerca de mí que pensé que le podría decir a Isis a lo que olía. Nos miramos; sin pestañear él…yo llevaba gafas de sol. Según pasaba pensé que podría ser Asier…pero Asier dice que no lleva corbata y éste sí la llevaba.

Lo que más me intrigaba era un coche deportivo que se había detenido en la curva de la acera por donde yo me paseaba. En un principio pensé que había un stop.

El coche permaneció allí por varios minutos. Me entró gran curiosidad…pensé que quizás sería mi amigo ya que miraba insistentemente en dirección a la puerta número uno del Bernabeu. Me incliné un poco y sólo pude ver una abundante mata de pelo castaño claro. Mucho más pelo que mi esperado amigo. Seguía intrigada. Pensé en mirar por la ventanilla y preguntarle la hora. Era un poco arriesgado. La policía me podría detener por ofrecimiento de prostitución…no que yo pareciera una, pero las hay muy finas. Por otra parte, tenía miedo a mirar más detenidamente y encontrarme con quien sospechaba. De todo esto me salvó la presencia de mi amigo que se acercaba a mí a paso ligero. Yo salí a su encuentro y nos dimos el acostumbrado abrazo. Según empezamos a andar él intentó rodear mis hombros con su brazo, pero le estorbaba mi bolso. Yo, gentilmente, ofrecí cambiar mi bolso al brazo izquierdo pudiendo así rodearme mas fácil y cariñosamente. Pensé: hagámosle un favorcito, en caso de que sus amigos estén observándonos desde lejos.

¿Paranoica? Es posible… ¿loca de remate? seguro. Pero… ¿y lo bien que me lo pasé durante los 15 minutos que tuve que esperar? That has no price!

lunes, mayo 14, 2007

TAXI DRIVER

Los pocos euros que me dan a cambio de lo que para mi son bastantes dólares me los gasto, mayormente, en taxis. Qué lujo ¿no? Para comer, tengo una familia muy generosa.

Pues, parada estaba yo esperando un taxi cuando unas casas más abajo vi uno que tenía el intermitente puesto, como si alguien se fuera a bajar. Ya se debían de haber bajado porque el coche se puso en marcha y se dirigía hacia donde yo estaba. Otro taxi, salido de no sé dónde, se le adelantó y paró justo enfrente de mi. Nunca más solicitada… El adelantado, viendo mi confusión, me hacía señales con la mano para que entrara. Miré tímidamente al otro de detrás, que abría sus brazos en forma de cruz mientras movía la cabeza de una manera recriminadora.

Cuando entré en el taxi lo primero que oí fue: “Ese chulo que no ha querido recoger a la vieja” “¿Qué vieja?” le pregunté. “Sí, hombre, había parado por la vieja y mientras se agachaba para coger la bolsa la vio a usted y ahí que la dejó plantá”. En este momento los dos taxis pararon, parejos y casi rozando, en el primer semáforo. Bajaron las ventanas y lo que primero me pareció insultos de zarzuela iba subiendo de tono. El semáforo se puso en verde y me tranquilicé…El otro taxista, en sus cincuenta y con cara de albaceteño me preocupaba. Mi taxista siguió: “No, si a ése lo conozco yo, vaya... a él no, pero conozco el coche. El dueño tiene diez y se los acaba de pasar a su hijo”. Ay, Dios, ahí estábamos, en otro semáforo y esta vez el albaceteño se acercó más y mientras que la madre del mío salió a relucir, no que le hiciera mucha mella, el mió empezó con la vieja: “¿Por qué no has recogido a la vieja, eh? No, si con esa placa tú no llevas mucho en el oficio…” El de Albacete, a punto de sacar la navaja (creía yo) no había quien lo entendiera. Bueno, sí, mi taxista, que le contestaba con otra retahíla de quién sabe qué. En un momento hasta llegué a decir algo como “por favor… no es para tanto” pero era evidente que ni me oían. El semáforo cambió de nuevo y el de Albacete torció a la derecha. Me relajé.

Mi taxista todavía seguía con el tema cuando recordé una escena de Pascual Duarte. Pascual, que había huido del pueblo por acuchillar a uno de sus amigos, se encuentra en Madrid, donde se aloja con un matrimonio. Un día, el matrimonio y Pascual pasean por El Retiro. Un gachó suelta un piropo a la mujer del casero. El casero y el gachó se dicen todo tipo de chulerías (como mis taxistas) y Pascual está esperando el momento en que las navajas aparezcan. No llega a ocurrir; cada cual tira por su lado, todavía con el insulto entre dientes. Pascual piensa para sí mismo lo civilizado de la situación. Creo recordar que piensa en “las tragaderas” de los madrileños, con admiración. Se da cuenta que si uno puede guardar su hombría sólo a fuerza de palabras, sin sacar la navaja, otra suerte le habría tocado a él. Este pasaje, en mi opinión, es muy importante en la obra…marca y explica la psicología del machismo, llevado al extremo, en el ambiente en que Pascual vive en su pueblo.

Por primera vez observo a mi taxista, que todavía sigue con el rollo: de unos cuarenta y tantos años, una calva cuidadosamente cubierta por un mechón de pelo, grandes paletas que acaban al final montadas una encima de otra y, lo peor, untuoso y blanco como si nunca le hubiera dado el sol o se hubiera duchado.

Cuando miro a mí alrededor no reconozco el barrio y le pregunto dónde estamos. Con desprecio contesta: “¿No reconoce el barrio donde vive?” Ese es el caso; así que le contesto tímidamente: “Sólo he vivido aquí dos días”. Sus ojos se le iluminan; me dice: ”Yo soy dueño de una casa con tres habitaciones; dos de ellas ni las uso”. Contesto, con nausea pero secamente: “No gracias, me encanta este sitio”. El corrige el tono: “Podríamos compartir los gastos”. Le digo que este apartamento es gratis. Claro, como soy una bocazas y me gusta ir por ahí arreglando la vida de los demás, añado: “lo que usted necesita es una buena muchacha”. Me responde con un gesto de asco: “Las he llevado a casa, pero nada más verlas fumar en la cocina se me revuelve el estómago. . . Una hubo que vivió conmigo tres meses… Se vino por amor, y se fue por desamor… ¿Y usted?” Para que me dejara tranquila le digo que llevo casada treinta años. “¿Treinta años? Muy joven para usted, ¿no?” Casi le grito: “¡Tengo un hijo de 27 y llevo casada treinta años!” Para entonces, gracias al cielo, llegamos a mi destino, el viajecito me había costado tres euros más de lo que normalmente me cuesta, y no había mucho tráfico. Uf, habría pagado todo lo que llevaba en el bolso por salir de la presencia de tan... no sé cómo decirlo sin insultar….

jueves, mayo 10, 2007

VODAFONE!

Queridísimos todos. No, no me he olvidado del blog, ni de vosotros.Estoy todavía con los efectos del “jet-lag” y la adaptación a un nuevo barrio, casa, y más que nada intentando encontrar un medio de comunicarme con vosotros que sea eficiente, conveniente y económico.

Acarreé conmigo desde EE. UU. mi ordenador portátil. Me aseguraron que era universal y sólo tendría que comprar una tarjeta que me daría para muchas horas….Hanako, ¡qué bien me habría venido ir de compras contigo a VODAFONE! Claro ahora he descubierto que no es cuestión de horas, sino de la memoria: si descargamos mucho en ella, los euros se acaban y hay que poner más.

Allí fui, como una paleta. Nunca había usado los portátiles; manos grandes y dedos largos pensé que no me arreglaría con esta miniatura. Pues ha resultado que eso ha sido los mas fácil. Por supuesto no reconozco en español el vocabulario de esta tecnología en particular.

En la tienda una chica monísima y simpática me recitaba todas las opciones posibles de las que disponía una velocidad ridícula. Yo todavía en las nubes por la falta de sueño y atolondrada por el ruido, bullicio y tráfico de Madrid; me podrían haber vendido un frigorífico y me lo habría traído a casa, vaya calorcito a medio día.

Perdí todo mi primer día en hacer esto. Salí contenta de la tienda con un modem y un teléfono móvil y con 228 euros menos en mi cartera, pero pensando que el problema estaba resuelto. Pasé varias horas en seguir las instrucciones esa noche…nada, el cacharro no funcionaba. Rendida y con un mal humor de diablos me fui a la cama. Gracias sean dadas a la dueña del apartamento, el colchón es insuperable! Al día siguiente volví a Vodafone, donde trabaja la linda e ignorante, pero simpática Maria. Esta vez me dirigí al chico que tenía cara de listo, pero pocas ganas de trabajar. Lo convencí para que tratara de instalarlo él. Tampoco lo pudo hacer. Llamó al centro de ayuda…qué sorpresa, tampoco. El ordenador es universal y el modem también, pero incompatibles! ¿Cuántos casos de estos conocen? Qué paradoja. Los chicos me dijeron que ellos estaban allí para vender, pero que no entendían de ese tipo de problemas. Me mandaron al Corte Inglés y, claro, sólo venden…tampoco saben por qué mi ordenador se niega a ser compatible con este mocito de modem.

Cansada, en vez de volver a mi apartamento, me fui a casa de mi familia. Ahí encontré la solución. Mi tío me indicó un técnico “muy cerca de aquí” me dijo. Anduve una media hora, cara al sol y con camiseta pero con un dolor de pies mortal. En EE.UU. las distancias son tan grandes que se va en coche a todos lados; he perdido la costumbre de esas caminatas.

Cuando un madrileño me diga, a las 5 de la tarde de un día soleado, que algo está cerca…¡taxi! Pero el técnico solucionó el problema. Resulta que era cuestión de bajar un programa de la compañía (gratis) para configurar los puentes…total, otros 70 euros. Cuando pensé que todo estaba arreglado me dice el chico que los 20 euros que venían con el modem se habían acabado.Tuve que volver a la tienda otra vez….Por 60 euros me dan una giga (¿), ni sé si se escribe así, pero Hanako nos sacará de dudas. Pero sí hacía un contrato por dos meses, por los mismos 60 euros me daban 5 gigas. Claro, una no es tonta del todo, quería las 5 gigas (aunque tuviera que cancelar el contrato de 6 meses, después de 2, la multa sólo sería 50 euros) por un total de 10 gigas, en vez de 2 gigas. Seguro que os he liado…pero es que mi mente anda un poco baja de quigas y gigas! El problema con el contrato: hay que tener una cuenta bancaria! Me rendí y ahora mismo estoy con una giga. Esto quiere decir que no puedo abrir YouTube, ni fotos o pelis…vaya que sólo se puede hacer lo básico, hasta ver hasta donde llega esta giga.

Lo más frustrante de esta tarea de casi 4 días (aparte de taxis, ampollas en la planta de los pies, confundir las monedas y dar propinas desorbitantes, etc.) es que se negaban, después de 24 h. a que devolviera el dichoso modem. Se empeñaban en decir que el modem estaba bien, el problema era mi ordenador. En un caso como el que les he contado, en mi país de adopción, no sólo me lo habrían aceptado, se habrían disculpado y me habrían dicho que sentían mucho que no me hubiera funcionado.

OK. Ya voy: Boston 1 / Madrid 0. Vayan apuntando los goles, quien gane se queda con esta prenda (yo), una inútil. Besitos. Con una giga no se pueden dar besos; madre mía… un besazo se la cargaría.

viernes, mayo 04, 2007

MADRID EN HARVARD





Esta tarde primaveral, con el bullicio que el buen tiempo atrae a Harvard Square, nos dirigíamos a una conferencia de Rafael Moneo sobre la ampliación del Museo del Prado. De camino me deleité con las vistas del Charles River y sus corredores: a pie y en canoa. Las terrazas de los cafés a tope. Un grupo de estudiantes cantando a cappella y los padres de futuros estudiantes haciendo el recorrido de los edificios más importantes. Cómo no; los jugadores de ajedrez rodeados de sus aficionados y… el problema del aparcamiento.

Esta conferencia forma parte de un simposio sobre "Madrid y la Modernidad" con participantes de primera categoría, organizado por la Universidad de Harvard en colaboración con otras entidades oficiales españolas.

Por mi falta de tiempo y por mis preferencias me limité a unas cuantas de ellas (se ofrecían casi veinte). Ya con un pie en el aeropuerto Kennedy y el otro en Barajas, hice lo que pude.

Conocimos a Moneo y a su encantadora mujer hace bastantes años. Éramos nuevos en Harvard y él también. Coincidimos en cenas, conferencias y fiestas…En esa época una de mis primas y su novio eran estudiantes de él en la Facultad de Arquitectura en Madrid (detalle que nunca olvidó). Nos habremos visto una docena de veces en casi 20 años…lo increíble es que cada vez que nos ven se acuerden no sólo de nuestros nombres, sino de nuestros hijos y del hecho de yo ser granadina. Siempre me sorprende, porque ha habido espacios de más de 10 años en ocasiones. Una persona tan importante, con tanto en que pensar y hacer y que se acuerde de alguien de relativa, o ninguna importancia en su vida. Esto dice mucho de él y de su mujer. Su cabeza siempre baja como si te quisiera escuchar, más que hablar. Sencillo, una sonrisa tímida y una mirada cariñosa. En fin, una persona entrañable.

Su presentación fue interesante, completa hasta el mínimo detalle y se podría decir llena de amor por el trabajo que implica la ampliación de un edificio (modificado a lo largo de los años) como es el Museo del Prado. Expuso y quiso dejar claro que intentaba que su mano dejara la mínima huella, no quería que su estilo o voluntad se impusieran. Siente devoción por la “comedida precisión” de Juan de Villanueva, arquitecto original del Prado. Esta misma cualidad --“comedida precisión”-- se le podría atribuir a Moneo. Decía que el Prado, con su “rara complejidad” arquitectónica, con una simetría más aparente que real, era una de las obras cumbres del XVII, período en que el arquitecto se relacionaba con la ciudad de otra manera a la de hoy en día.

Abordó la ampliación de El Prado intentando equilibrar dos aspectos: lo que la obra pedía “desde dentro”, “dictado” por las intenciones de Villanueva, y por otra parte, la planificación urbana (por ejemplo, la utilización del claustro de los Jerónimos).

Fue conmovedor, para mí, el conocimiento que demostró de los proyectos previos de ampliación, como si se viera como “uno más” en una larga sucesión de arquitectos, algunos más respetuosos (para él) que otros. “El Prado es Villanueva, no soy yo” dijo con toda sinceridad y humildad.
Durante la conferencia, dentro de su timidez asomó varias veces su sentido del humor. Su mujer me decía que “es un desastre para la tecnología” así que el proyector, automáticamente se pasaba a otra imagen después de cierto tiempo…el bromeaba diciendo” ah…esto es señal de que voy atrasado” o cuando no podía controlarlo hacia otro comentario parecido. En un momento determinado, mirando seriamente al público dijo: “¡Adelante, por favor!” Yo pensé que nos invitaba a hacer preguntas, pero me di cuenta que en su despiste pensó que estaba en una de sus clases y le pedía al alumno de turno que pulsara el botón. Nos reímos. Quedó demostrado que uno de los mejores arquitectos de nuestra época, premio Pritzker, no sabe pulsar un botón. Típico de los genios.

martes, mayo 01, 2007

Joaquinita: AULLIDO SEGUNDO



Joaquinita quiere regalarnos con su segundo aullido a la luna llena, que será hoy, el 2 de mayo. ¡Que disfruten de este bello ensayo!

Hubo un tiempo en el que viví en una casa de esas que ya no existen. Sus paredes estaban hechas con una mezcla de cemento y arena de playa. Muros salados. Las vigas eran de joven pino en vez de inmortal olivo. La cámara de la bóveda tejida con juncos de cañizo. El tejado, por fin, cubierto de ondulada teja mora. Era una casa elástica. Sin tapias, cercas ni vallas. Sus límites eran de agua. Agua salada del mar delante de ella. Agua dulce de la Acequia Real por detrás. En otoño se inundaba. Era una casa anfibia. Al abrir la puerta, la mirada quedaba enmarcada por la visión de una encina y un gran margallón que a modo de leones de piedra vigilaban y le daban prestigio. Una parra generosa daba infinitas formas en el suelo con la sombra de sus hojas; daba uvas imposibles por su dulzor y tamaño; daba cobijo a una familia de salamandras que con puntualidad escandalosa acudían cada noche a la cita del festín en la bombilla de la puerta. Era una casa vegetal. Más adelante, se abría un camino decorado en sus veredas por poderosos cañizos que parecían querer construirle un túnel para dejarlo a salvo de las miradas aéreas, convirtiéndolo en un pasadizo secreto que desembocaba en las arenas de la playa. La casa tenía dos habitaciones, una noche muy oscura, cocina y baño.

Fue a finales de agosto cuando abrí la puerta un poco antes de la media noche al oír como una llamada en el corazón. Si hubiera abierto un segundo antes, seguro que la hubiera visto picar con los nudillos. Tras de la puerta encontré la Luna Llena más grande y blanca que jamás había visto. Mis brazos alargados hasta el último extremo de las yemas de los dedos eran incapaces de abarcarla, sobrepasaba mi medida, y sin embargo… allí estaba yo, cara a cara con la luna, mirándonos de tú a tú. Con los pies apoyados en su suelo de agua me miraba como transmitiéndome un mensaje; yo, con los míos enraizados en el medio del camino podía ver su latido transparente. Tomó mi color y el de las cosas. Primero las cosas y yo fuimos sombras en blanco y negro para convertirnos después en seres sorprendentes de color azul. Llegué a la playa tras un plateado paseo bajo el túnel de juncos. Durante mucho rato siguió igual de enorme y rotunda, parecía eterna. Al fin regresé a la casa y cerré la puerta dándole la espalda, dejándola allí. El día siguiente amaneció como si nada hubiera sucedido.

Sentí igual que un día de primavera en que la misma playa, esta vez por la mañana, amaneció vestida de amarillo. Una explosión de vida y color. Fue el día en que las orgullosas plantas playeras desafiaron la brisa salina y ofrecieron su polen a insectos y arácnidos. Los insectos y arácnidos a su vez se multiplicaron para servir de alimento a un pequeño pájaro corredor, el charadrius alexandrinus, que hace su nido en las dunas. Pone huevos que se confunden con la arena y las piedras, y protege a sus polluelos ofreciendo al intruso la espléndida interpretación de un ave llena de dolor por la quebradura de su ala, justo en la dirección contraria a la que tienen su nido, mientras tanto los polluelos se hacen los muertos. Los insectos voladores atrajeron también a otros pájaros, sobre todo a beneficiosas y alegres golondrinas, que habían cruzado muchas e invisibles fronteras para acudir a la cita anual con las flores amarillas. Varias especies distintas: ononis natrix, lotus creticus, glauciumg flaum, silene cambesedesii, otanthus maritimus, mendicago marina… se sincronizan cada año para abrirse todas a la vez y crear vida. Y lo hacen así, sin pensar.

Hubo un tiempo en el que viví en un lugar que hoy ya no existe.



Para Prozac, que me hizo recordar a Francesca.
Para Francesca, que me hizo recordar esa luna,
Para Albus, que me hizo recordar a las plantas.

Para Chiqui, que siempre me acoge en su casa.

NOTAS
ononis natrix: ungla de gat
lotus creticus:
glaucium flavum: cascall marí
silene cambesedesii: el molinet
otanthus maritimus: cotonet
mendicago marina: alfalç mari