Cuántas
vidas pagarán por los túneles de Hamas. Cuántas armas
comprará Israel a EE.UU para su causa. Cuánto dinero sangriento se
ganará en esta operación...
jueves, julio 31, 2014
domingo, julio 20, 2014
Los trajes del Buda
No recuerdo bien cuántas veces he vestido a este Buda. Hace años lo vi en el escaparate de una tienda de plantas en Oak Park (el pueblo de Frank Lloyd Wright), donde vivíamos entonces. Recién salido del molde, el buda de cemento ya tenía su encanto: la barriga, la cabeza , el dedo gordo del pie y las flores que adornaban su túnica me atrajeron. Pensé que lo pondríamos en nuestro viejo Volvo –testigo de tantas cosas -- y esa misma tarde lo tendría en mi jardín presidiendo un pequeño estanque de Kois que acabábamos de construir ese verano.
Pero no, el Buda pesaba mucho más de lo que valía; si hubiera sido de bronce no habría pesado tanto. Tendríamos que esperar tres largos días hasta que nos lo trajeran dos fuertes mozos en una carretilla. Por primera vez di una patina verdigrí a un objeto. El mejor traje que he hecho en mi vida. Tan bien quedó que una mañana me asomé a la ventana y el Buda no miraba de frente a los Kois, se había dado la vuelta y miraba a la ventana de mi dormitorio para darme los buenos días. Eso pensé yo. Claro, la explicación era menos romántica: alguien pensó que era de bronce e intentaron llevárselo. El peso los desanimó o simplemente se dieron cuenta que la patina era falsa.
No que el Buda esté mejor con traje nuevo; tiene cierta gracia cuando lleva ropa de andar por casa, a casi todos los que lo conocen les gusta más de trapillo. La realidad fría y solitaria de los inviernos de Boston me obliga a engalanarlo cada tres o cuatro años, así que, pensando en el que viene, he pasado un par de días poniéndole capas de cobre liquido y acido para que tome ese color mentiroso...Esta vez me ha salido más azulado de lo que a él le gusta... Aunque he terminado con una capa impermeable-incolora, por aquello de la lluvia y la nieve, tardará poco en volver a su estado natural: el cemento.
¿Quién lo vestirá cuando no esté yo?
miércoles, julio 09, 2014
El azabache y la Luz
www.astartecreativa.comErnesto Fidel Pérez Carmena
En mi recorrido
por Madrid me topé en Recoletos con la Feria
Artesanal. Una novedad para mí. Varios días pasé por allí descubriendo objetos que
me tentaban. Los precios, a mi parecer, buenos... aunque el que compra con dólares
tiene que añadir un 40% más, teniendo en cuenta el cambio y las tasas del
banco. Me encapriché con un colgante de
azabache y plata. El azabache atrapado en la plata parecía la ventana de una
catedral gótica... Consulté con el artesano dos o tres veces
en distintos días. Había que tomar una decisión...me volvía a Boston
pronto.
La noche
estaba lluviosa, Recoletos desierto. Mi paraguas al revés amenazaba con
abandonarme si no me decidía. Compré el encantado colgante, aunque hasta ese momento
solo era “encantador” para mí.
Fui al
puesto de Ernesto, que ya había visitado varias veces en busca de una de sus
gargantillas para colgarlo. Ernesto examinó la pieza, con interés y admiración. Yo, atenta a su cara
quijotesca, pero con algo de Atila: quizás la coleta que empezaba en su
coronilla y dejaba despejada una frente pura y válgame la contradicción. Finalmente
me miró desde el fondo de sus ojos azabache y me dijo: “Sí, es azabache...una
pieza preciosa, parece la ventana de una catedral”.
Ahí empezó
el hechizo de la pieza. “La ventana de
una catedral”... justo lo que había estado yo pensando en esos días. Siguió examinándola
y yo escudriñando su rostro. Le dio la
vuelta y acariciaba el reverso con la yema
de su dedo cuando frunció el ceño. Le pregunté: “¿Qué pasa?” Siguió en silencio
y finalmente me ofreció el colgante para que lo acariciara como él había hecho.
Se lo devolví y le dije que no encontraba nada anormal. ¿No es azabache?. “Sí”,
contestó enfáticamente. Me lo volvió a dar. “Pasa la uña suavemente”. Fue
entonces cuando sentí un tropezón
en el centro, en un minúsculo punto. El azabache tenía una pequeña
grieta que atravesaba el diseño y que
era invisible al ojo humano, pero no al tacto de Ernesto.
Empecé
a pensar en soluciones ya que tenía claro que me quedaba con el colgante, con o
sin grieta...Le dije que le pondría una gota de
pegamento para reforzarlo... “¿Quieres que lo haga yo?”. Sí! le contesté aliviada. A la hora de elegir
el collar Ernesto recomendó un simple cordón de cuero que él mismo hizo a mi
medida con un precioso enganche de pata: cinco euros. Protesté, era un regalo. Empezó
a diluviar cuando me despedía de él. Me dijo: “Deberías de decírselo al ‘compañero’...y
mira que me siento mal porque todos nos conocemos...pero deberías de decirle que
te diera alguna garantía”. Llovía, estaba contenta con su atención, con
su delicadeza al probarme el cordón, por la conversación que mantuvimos sobre
esto y lo otro, su vida, la mía y en general ... Me fui a casa contenta.
Al día siguiente, soleado y caluroso, pensé que
Ernesto tenía razón. El artesano me había vendido el colgante sabiendo que
tenía un fallo. Volví a su puesto y me miró como extrañado. No podía ver la grieta, ni podía
tocarla con la uña, porque no tenía uñas. Le dije que me quedaba con él pero
que me firmara una tarjetita donde se responsabilizara por el defecto y las
consecuencias que pudiera traer en el futuro. Aunque bien sé que no habrá
consecuencias mientras yo viva porque apenas me cuelgo nada y si lo hago, tengo
mucho cuidado con las cosas hechas a mano... no se pueden repetir.
¡Cómo no llegar y decirle a Ernesto que había seguido su consejo! Se alegró al verme... comentaba que había pasado una mala noche con la cuestión ética: “¿tendría que haber insistido en que yo volviera y diera cuenta del defecto?” y si lo hubiera hecho “¿habría traicionando aun compañero?”. Era evidente que estaba relajado y feliz. Le compré una de sus cintas de suave piel, con la que nos divertimos experimentando las posibilidades de cómo usarla...infinitas. Me pregunto si a Ernesto le gustará lo que he hecho con ella-- colgarle esos amuletos-- y le pido mis disculpas por alterar su diseño. Creo que su arte está ahí para eso, para seguir creando. El mismo lo ha dicho al compararlo con la naturaleza. |
Conocerlo ha sido para mi una de las cosas que entrarán a formar parte de un mundo mágico que pocos entienden. Ernesto, seguro que tú lo entiendes.
Buena suerte y no cambies.
Levántate a la hora que que quieras!
Levántate a la hora que que quieras!
viernes, julio 04, 2014
martes, julio 01, 2014
Rafael Argullol: Pasión del Dios que quiso ser hombre
No, no
me perdí la feria del libro, y hasta compré unos cuantos ejemplares de mis favoritos
para regalar. Disfruté de la caseta de Acantilado: qué buen gusto en sus
colores y diseño de cubiertas. Pregunté
si vendría a Madrid Don Rafa (mi antiguo tratamiento de El Boomerang). “No” , me
contestó una amable señorita. “Usted será amiga de él...”. “No”, le respondí, “gran admiradora”. Y me llevé Pasión del
Dios que quiso ser hombre. Su tamaño prometía una lectura intensa y breve,
como si de poesía se tratase. Lo leí de un tirón sin parpadear. Momentos geniales como solo Rafael Argullol puede
crear. Una pícara ironía atraviesa las estaciones al Calvario... hasta el humor
cabe en esta trágica historia. Veintitrés ilustraciones acompañan la historia,
en las que Argullol se inspira.
Como
ahora no se estudia religión en las escuelas, se me ocurre que este sería el
libro ideal para los jóvenes. Nada de catecismo, todo lo contrario: ingenio
poético de la historia más contada
de nuestro mundo.
Esta entrevista, perfecta para antes o después de la lectura.
Esta entrevista, perfecta para antes o después de la lectura.
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