Me desperté cerca de las dos de la mañana con un dolor extraño en la lengua. No podía moverla. En el espejo del baño vi que la tenía muy hinchada, roja y lisa, brillante, y en el medio un tajo, de la base a la punta, que parecía una cuchillada.
Decidí llamar a mi hermano a la Patagonia. La familia está desparramada por el mundo, pero todos llamamos a mi hermano cuando nos sentimos mal. Calculé que podía estar despierto todavía, aunque si aquí en Chicago eran las 2 de la mañana, ya eran las 4 en la Patagonia. Pero él se pasa las noches en vela leyendo y jugando al ajedrez.
No se asustó al oírme. Le pregunté si dormía y me dijo que no, que estaba tomando té con Schubert. Y le dijo a Schubert que me saludara. Supongo que le puso el tubo cerca del hocico, porque oí un maullido gutural. Schubert es un gato siamés que conversa con mi hermano, al menos produce esos sonidos inquietantes y mi hermano sabe entenderlos, y, por su lado, el gato comprende el castellano perfectamente.
Le conté a mi hermano que tenía la lengua hinchada, roja y bífida. Estás despapilada, dijo, y se largó a reír con tantas ganas que oí protestar al gato. No tenés papilas, se te fueron, es una enfermedad tercermundista, dijo mi hermano. ¿Alguna vez viste las papilas de cerca?, me preguntó. ¿No? Ah, mirá, te voy a mandar una foto que le saqué a la lengua de Schubert, es una foto buenísima, se ven las papilas filiformes, que son largas, y las fungiformes, más redonditas. Bueno, y yo qué hago, dije. Preguntale a Schubert que sabe todo, además está inspirado porque el té le da un high, vieras cómo le gusta el té, lo toma tibiecito, con leche.
Schubert, puesto al teléfono, me obsequió con unos maullidos espeluznantes. Me hermano dijo que el gato estaba molesto por la interrupción, pero que no le hiciera caso, que últimamente andaba nervioso. Schubert es propenso a los problemas metafísicos, al parecer. Volví a preguntar qué hacer con la lengua.
Y, mucho no podés hacer, dijo mi hermano. Oí ruido de agua y de platos. Le pregunté si estaba en la cocina y me dijo que sí, que había ido a la cocina a preparar más té. Me contó que tenía una tetera térmica. Quise saber si el té no le quitaba el sueño y me dijo que no, y al gato tampoco. Solamente quería terminar el capítulo que estaba leyendo en voz alta, para el gato, y después se iba a dormir, porque al día siguiente tenía pacientes citados muy temprano. Pero no podía dejar el capítulo por la mitad. El gato no perdona esas cosas, me dijo. Le pregunté qué leía y me dijo que un libro sobre ajedrez. No me digas que al gato le interesa el ajedrez, dije yo. A Schubert le interesa todo, querida, también la poesía de Blas de Otero, y Nietzche, con Nietzche tiene un verdadero metejón.
Oí que mi hermano le daba el té a Schubert y que se hablaban. Bueno, siento haberlos interrumpido, dije yo, pero dame algún remedio para la lengua. Ah, la lengua, dijo mi hermano. Hacete buches de bicarbonato.
Nos despedimos los tres, el gato con un maullido muy poco amistoso, que me pareció una puteada, en realidad, por poco que yo entienda de maullidos. Cuando me estaba haciendo los buches recordé que había leído en alguna parte que los gatos siameses son los que conversan mejor con las personas. Pensé que Schubert iba a terminar jugando al ajedrez con mi hermano, y ganándole; di un respingo que me hizo salir el bicarbonato por la nariz. Los buches fueron muy beneficiosos. Lo de la lengua no era nada, era una reacción al curry de la Indian House, donde había cenado esa noche. Nada tan grave, en todo caso, como para molestar al gato Schubert a esas horas de la madrugada.
Decidí llamar a mi hermano a la Patagonia. La familia está desparramada por el mundo, pero todos llamamos a mi hermano cuando nos sentimos mal. Calculé que podía estar despierto todavía, aunque si aquí en Chicago eran las 2 de la mañana, ya eran las 4 en la Patagonia. Pero él se pasa las noches en vela leyendo y jugando al ajedrez.
No se asustó al oírme. Le pregunté si dormía y me dijo que no, que estaba tomando té con Schubert. Y le dijo a Schubert que me saludara. Supongo que le puso el tubo cerca del hocico, porque oí un maullido gutural. Schubert es un gato siamés que conversa con mi hermano, al menos produce esos sonidos inquietantes y mi hermano sabe entenderlos, y, por su lado, el gato comprende el castellano perfectamente.
Le conté a mi hermano que tenía la lengua hinchada, roja y bífida. Estás despapilada, dijo, y se largó a reír con tantas ganas que oí protestar al gato. No tenés papilas, se te fueron, es una enfermedad tercermundista, dijo mi hermano. ¿Alguna vez viste las papilas de cerca?, me preguntó. ¿No? Ah, mirá, te voy a mandar una foto que le saqué a la lengua de Schubert, es una foto buenísima, se ven las papilas filiformes, que son largas, y las fungiformes, más redonditas. Bueno, y yo qué hago, dije. Preguntale a Schubert que sabe todo, además está inspirado porque el té le da un high, vieras cómo le gusta el té, lo toma tibiecito, con leche.
Schubert, puesto al teléfono, me obsequió con unos maullidos espeluznantes. Me hermano dijo que el gato estaba molesto por la interrupción, pero que no le hiciera caso, que últimamente andaba nervioso. Schubert es propenso a los problemas metafísicos, al parecer. Volví a preguntar qué hacer con la lengua.
Y, mucho no podés hacer, dijo mi hermano. Oí ruido de agua y de platos. Le pregunté si estaba en la cocina y me dijo que sí, que había ido a la cocina a preparar más té. Me contó que tenía una tetera térmica. Quise saber si el té no le quitaba el sueño y me dijo que no, y al gato tampoco. Solamente quería terminar el capítulo que estaba leyendo en voz alta, para el gato, y después se iba a dormir, porque al día siguiente tenía pacientes citados muy temprano. Pero no podía dejar el capítulo por la mitad. El gato no perdona esas cosas, me dijo. Le pregunté qué leía y me dijo que un libro sobre ajedrez. No me digas que al gato le interesa el ajedrez, dije yo. A Schubert le interesa todo, querida, también la poesía de Blas de Otero, y Nietzche, con Nietzche tiene un verdadero metejón.
Oí que mi hermano le daba el té a Schubert y que se hablaban. Bueno, siento haberlos interrumpido, dije yo, pero dame algún remedio para la lengua. Ah, la lengua, dijo mi hermano. Hacete buches de bicarbonato.
Nos despedimos los tres, el gato con un maullido muy poco amistoso, que me pareció una puteada, en realidad, por poco que yo entienda de maullidos. Cuando me estaba haciendo los buches recordé que había leído en alguna parte que los gatos siameses son los que conversan mejor con las personas. Pensé que Schubert iba a terminar jugando al ajedrez con mi hermano, y ganándole; di un respingo que me hizo salir el bicarbonato por la nariz. Los buches fueron muy beneficiosos. Lo de la lengua no era nada, era una reacción al curry de la Indian House, donde había cenado esa noche. Nada tan grave, en todo caso, como para molestar al gato Schubert a esas horas de la madrugada.