miércoles, marzo 28, 2007

LOS PENDIENTES DE LA PRIMERA COMUNION



Lo que les voy a narrar no es un cuento; lo vivimos ella y yo cuando tendríamos unos once años. Izar iba a entrar en un internado en enero, bueno… internado…era más bien un orfanato del estado. Yo había entrado en septiembre.


Vivíamos en la misma calle, mi padre acababa de morir. Mis dos hermanas y mi madre tenían que trabajar y no querían dejarme en casa sola. Una asistente social nos recomendó un colegio de monjas de unas cien alumnas divididas en dos grupos: de 16 años hasta los 20 y las de 10 hasta los 15. Lo mejor de todo era que en verano las monjas llevaban a la playa a unas cuantas niñas. Cuando se lo dije a Izar se le abrieron los ojos como platos. Nunca había visto el mar. También, si eras lista, las monjas te mandarían a hacer el bachiller superior al instituto local.
Antes de mi partida Izar me prometió que nos encontraríamos para ir a Almería; estaba totalmente convencida. Yo le dije que no admitían alumnas a mitad de año… Ella se inventaría algo. Me hizo prometer que no le dijera a nadie que sólo quería ver el mar.

En noviembre, un día cuando salíamos de la capilla de oír misa, en la antesala de la superiora estaba Izar con su tía. Ella me hizo un gesto con la mano mientras sentada daba saltitos. Sor Aurora, grande como la reina de espadas, blanca, de ojos azules como ningún andaluz de nuestra edad había visto en su vida…daba miedo.
Después de misa siempre íbamos derechas al comedor. El menú consistía en café con leche y pan. Oraciones antes y después del manjar. Un poco antes de la oración final Sor Aurora entró llevando de la mano a Izar. Su pelo a lo cleopatra, corto y negro como el carbón, Los ojos espantados y la punta de la lengua fuera pasándosela por el labio superior. Era un año menor que yo -lo que la hacía la más pequeña del colegio. La superiora sólo dijo unas palabras: “Izar es vuestra nueva compañera” y salió. Sor Pilar, la encargada de las mayores, la cogió por los hombros y la llevó a una de las mesas.
No la vi hasta más tarde. Después del desayuno teníamos asignado limpiar el colegio: a mí me tocaba recoger del centro del jardín todo lo que no fueran chinas y tierra, y fregar los bancos de mármol. Me preguntaba qué le asignarían a Izar. La sorpresa llegó cuando el silbato nos llamó a nuestras clases. Ella siguió a Sor Pilar a la clase de las mayores. Gran desilusión, yo quería que estuviéramos juntas.
Más tarde Izar me explicó que estaba asustada. No le llegaban los pies al suelo cuando se sentaba en el pupitre y todas las estudiantes --algunas de dieciocho años-- sabían mucho. Habían hecho un gran error. Sor Pilar le aseguraba que no se preocupara que la habían puesto ahí porque leía muy bien. Izar, casi llorando, me decía: “No sé dividir, no sé dividir!, sólo he leído tebeos y cuentos de hadas…" Pero lo cierto es que, como todas las alumnas, acabó fascinada con Sor Pilar...Creíamos que era santa.
Julio llegó y en Almería estábamos...un poco desilusionadas. Éramos unas treinta. Nos alojábamos en la parte alta de uno de los hospitales de la ciudad. En varias habitaciones habían puesto colchones en el suelo, unos cuatro por habitación. Lo más agradable del sitio era el aire que se respiraba desde la terraza, donde pasábamos las noches cantando y jugando con las monjas. Las habitaciones olían a medicamentos pero sólo pasábamos allí el tiempo de la sienta y la noche. Izar y yo éramos compañeras de cuarto.
Así fue como, una vez más, Izar me contó la historia de su primera comunión. Según ella, el párroco había decidido que la debía hacer un año antes, por las mismas razones: sabía leer y escribir muy bien. Izar me dijo que su madre estaba enferma y todos querían que hiciera la comunión un año antes porque su madre se iba a morir muy pronto y no porque era muy lista.
Lo mágico de esta primera comunión eran los pendientes. Izar los llevaba puestos siempre, incluso en Almería. Su madre se había empeñado en comprarle los pendientes más preciosos que pudiera encontrar en la ciudad. Izar recordaba que de vez en cuando, por la tarde, su madre y ella iban al taller del joyero y le dejaban uno de los plazos fijados para pagar los pendientes.

Cuando Izar vio los pendientes pensó que tenían la forma de la farola que alumbraba
la esquina de su casa. Su mamá insistía en que los cuidara. Tenían esmeraldas y perlas…eran valiosos para Izar porque eran muy antiguos y su mamá había tardado más de un año en pagarlos. Cuando yo la miraba, los pendientes me parecían hacerla una princesa, algo especial. Creo que ella se sentía así también, la magia de los pendientes, el último esfuerzo que su madre hizo por ella.
Una tarde, durante la sienta, observé con horror que de una de las orejas de Izar colgaba sólo el enganche de su pendiente. La esmeralda con las perlitas, en forma de farola, había desaparecido. No sabía cómo decírselo, pero fue ella quien me preguntó qué ocurría… Aquella noche rezamos el rosario por Izar y por su madre, "para que el dolor las uniera en el sufrimiento de Cristo". Vi que Izar andaba en su mundo, triste, ensimismada, no rezaba. Pasó toda la noche llorando. Ni ella ni yo pudimos dormir; ella por su gemidos y suspiros, yo porque los escuchaba en silencio.
Al día siguiente todo volvió a la normalidad. Izar se había quitado su pendiente y el resto de lo que quedaba del otro y se lo había dado a Sor Pilar. Quizá algún joyero lo podrá reproducir en el futuro, le decía Sor Pilar cariñosamente.
Llegamos a la playa y como de costumbre algunas se pusieron a ordenar los albornoces, otras a hacer los hoyos para los postes de los toldos. Yo no recuerdo lo que hacía, sólo recuerdo a una de las niñas que corría hacia Sor Pilar gritando "Sor Pilar, Sor Pilar". Llevaba algo en la mano…. ¡llevaba el resto del pendiente de Izar! Lleno de arena y casi irreconocible…lo había encontrado en el fondo del hoyo que le habían asignado.
Todas andábamos en algarabía. La menos sorprendida era Izar. Cuando volvimos a la residencia- hospital, después de habernos duchado con la manguera… y durante la sienta, Izar me dijo: “Mi madre. Lo encontró ella!”



martes, marzo 27, 2007

EN ESTE MOMENTO, UN ANIMAL TE NECESITA


Me he pasado, desde las 2 de la tarde hasta ahora, las seis, intentando localizar a alguien que se hiciera cargo de un hermoso perro Labrador.
Apareció en mi jardín a las 12 del día. Hice varias llamadas a todos los sitios oficiales donde se deben de hacer cargo de animales en estas situaciones. Todos tenían el contestador automático puesto. Dejé mensajes detallados. Esperé una hora a que alguien contestara. Entre tanto lo puse en mi jardín y después de acariciarlo un poco y hablarle tranquilamente se calmó, aproveché y volví dentro de la casa. Mis perros sabían que algo pasaba en el jardín y estaban bastante nerviosos.
En pocos minutos el perro empezó a aullar; cada aullido se prolongaba más y más…miré por la ventana y la escena partía el corazón. Bajé varias veces para jugar con el pero cada vez que lo dejaba sus aullidos se volvían más agudos y largos. Después de más de dos horas y sin que ninguna de estas organizaciones me contestara, tuve una brillante idea: decidí usar la correa de uno de mis perros y darle un paseo por el barrio y ver donde me llevaba.
Dejé a la perra (ahora sé que era perra) que iniciara el paseo. Una de esas ideas que a uno se le ocurre aun estando en las nubes y preocupada por otras muchas cosas. La perra, sin separarse de mi lado bajó la calle y torció a la derecha. Era tan cariñosa y atenta que me tuve que hacer la fuerte y seguir sus pasos y no volver a casa con ella. Si no tuviera tres, me la habría quedado. Siguió, siempre asegurándose que iba a su lado, hasta llegar a dos calles más abajo donde empezó a oler el “famoso” poste de teléfonos. Pasadas unas cuantas casas (eran ya las dos y media) la perra me guió hasta el porche de una de ellas y allí se sentó; las dos nos sentamos --yo sin ducharme todavía y ella oliendo a perra-perra, nos quedamos allí casi dos horas. Me alegré de no haberme duchado ya que Kico se rozaba en mis pantalones, me pasaba su húmeda cara por el cuello…Uff.
Convencida de que allí vivía, le pregunté a todo el que pasaba hasta que un señor la reconoció. La vecina de al lado llegó como a las cuatro y media, me dijo que mi compañera (la perra no se despegaba de mi) se llamaba Kico, hembra de 13 años que sufre de incontinencia - por su edad – y artritis, por lo cual los dueños (médicos) la dejan día y noche en el patio. Pero no nos podíamos explicar como se había escapado, ni cuanto tiempo llevaría fuera.Los dueños estaban de vacaciones y le habían encargado el cuidado a la vecina de enfrente...Total, que me he venido deshecha; Kico cojea por la artritis y parece
estar hambrienta de contacto humano y abrumada por su soledad. Cuando la vecina me abrió la valla del patio -que yo no pude hacerlo- Kico se metió debajo de mi brazo y se resistía a entrar. Dejé una nota, no muy amigable en la casa de sus dueños y otra en la casa de la que se supone cuidar de ella.Son las 6 de la tarde y nadie ha contestado a mis mensajes. Esto me ha desconcertado por el hecho de vivir en una parte del país donde la crueldad contra los animales está penalizada. Hay todo tipo de organizaciones para el cuidado de ellos (pero a las dos de la tarde nadie estaba en las cuatro que yo llamé) Cuando volví a llamar a una de ellas a las seis, me recordaron que eran un centro caritativo y que no estaban subvencionados por el gobierno estatal o federal, a lo que yo le conteste…”la próxima vez que reciba su sobrecito pidiendo una donación, irá derecho a la papelera” colgando el teléfono sin esperar respuesta.

Antes de adoptar o comprar, regalar un animal domestico piénsenlo bien. Los animales requieren el mismo cuidado que los niños, por muy absurdo que les parezca a algunos. Desde luego, las personas que no entiendan esto deben de ser las primeras en no tenerlos.Cada caricia que estos animales reciban será devuelta multiplicada por cien. Por otra parte la responsabilidad es tan grande que dejarán de hacer muchas cosas que antes hacían… por ejemplo, viajar!

miércoles, marzo 21, 2007

HOLLYWOOD MEETS ALMODOVAR: LITTLE MISS SUNSHINE


Mea culpa, mea culpa. Pensaba escribir algo de más sustancia pero además de estar muy casada, un amigo pasó por casa y decidimos ver una película. Estoy segura que ya se conocerá en España pero, para aquellos - como yo – que tienden a huir de los títulos tontos y no la hayan visto, la recomiendo.
Supongo que la podrán alquilar (aquí la vimos en HBO) Cómprense unas palomitas de maíz, pónganles un montón de mantequilla y sal; cómodamente ocupen sus asientos desabróchense los cinturones y prepárense a pasar un buen rato. Apta para toda la familia (que no sea del OPUS) y para todo el que tenga un sentido del humor fuera de lo común.

El rastro de Almodóvar, a lo americana en fino, es evidente…Como hablábamos de la muerte ayer...ya verán lo que se hace aquí con los abuelitos cuando no mueren en una asilo de ancianos. Esperemos que esto no se ponga de moda en España.

lunes, marzo 19, 2007

Graciela Reyes, LAS GALLETITAS CHINAS











Y a quién pedir ayuda en esta ausencia circunvalada por el río del olvido
Leda Schiavo, “El Leteo”


Hilda se encontró con las llaves de un departamento deshabitado cuya dueña era la amiga de una amiga. Solamente tenía que echar una ojeada, recoger el correo y regar las dos plantas grandes que habían quedado. Una sola vez, porque la amiga a cargo de cuidar la casa volvía la semana siguiente. El llavero tenía muchas llaves y dos tarjetas electrónicas para abrir el garaje. La dirección de la casa, pleno centro de Chicago, adonde Hilda no iba nunca, piso 49, sobre el río.

Cuando por fin acertó con la última llave y pudo entrar, vio una habitación muy grande, semivacía, que tenía un olor familiar a cera, a encierro. Las persianas estaban bajadas, menos una, en el centro, y por allí entraba la luz de la tarde, e iluminaba una mesita baja, marroquí, cuyo cuero rojo estaba destiñéndose por efecto del sol, por poco sol que hubiera en invierno. La amiga le había dicho que toda la casa daba al río y que la vista era espectacular. Se acercó a la ventana y quedó cara a cara con las torres de Chicago: por primera vez en su vida las tenía a la misma altura, inmensas, cercanas como hermosos monstruos. Podía ver de cerca las escaleras de los operarios que las refaccionaban y limpiaban, los cables de los focos que las iluminaban de noche, los delicados trabajos en la piedra, y veía el mármol como nunca lo había visto. El reloj de la torre Wrigley estaba tan cerca, que le pareció que podía tocarlo, mover las agujas negras con la mano. Después, cuando bajó los ojos, vio el gran río, cortado por un puente tras otro, y los puentes anchos como avenidas, con sus laterales de color rojizo para los peatones, pero los peatones apenas se veían, se veían los coches como si fueran de juguete, en hileras ordenadas. Todo se movía, sin duda, el agua, los coches, la gente, pero todo parecía detenido.

El carrillón de la torre Wrigley dio las tres. Hilda acercó a la ventana una de las sillas del comedor y se sentó a mirar el río. Tardó mucho en inclinarse a la izquierda y ver el lago, como un mar, y los altos barcos entrando del mar al río, que corre en dirección contraria a su desembocadura original, corre hacia atrás, como la memoria.

En el baño había un olor ligero a agua podrida, que le recordó las casas alquiladas de sus veraneos de la infancia. En el living, el sol había dejado de iluminar la mesita y resbalaba por las paredes desnudas. Hilda tenía sed y también hambre, porque no había almorzado. Fue a la cocina a tomar agua y después, distraída, empezó a abrir las alacenas, ordenadas y llenas de cosas. La última inquilina había sido una señora italiana, profesora de literatura. Sin duda ella había dejado todo eso: fideos Barilla, latas de tomates, frascos de anchoas y de berenjenas. A un costado había unos paquetitos cuadrados de papel celofán, que le recordaron las galletitas que compraba en el quiosco, camino del colegio, por 5 centavos. Pero estas eran galletitas chinas. Lo decía en cuatro lenguas --chino, inglés, francés y árabe-- : “product of China, manufactured in Sunan Candy Factory, Chenghai County, Guangdong”. Ingredientes: maníes, manteca, azúcar, sésamo.

Desde el dormitorio también se veían las torres, pero el poniente las doraba, las alejaba. Se acostó en la gran cama y se cubrió con su abrigo. Sentía en la boca el gusto familiar y a la vez extraño de las galletitas chinas, la ligera repulsión del azúcar y la grasa. Quiso mirar las torres pero vio, en cambio, a su madre, vestida de blanco y sonriente, y no se sobresaltó. Después pensó que no iba a encontrar su coche, en el enorme parking del edificio, después se puso a conversar tranquilamente con alguien, quién sabe quién, y se rió, y le pareció que corría por una calle a todo correr, riéndose, y que era joven, y sus hijos no habían nacido, y después los vio con sus pantaloncitos cortos y su gato Felipe, y después se encontró en la Costanera, mirando el Río de la Plata, de color violeta, y después su amiga Estela colgaba sábanas en el patio, y se oía en el fondo de la calle la musiquita del afilador. Mucho después creyó saber que era de noche, y las torres se iluminaron con el esplendor de lo irreal.

Así tiene que ser la muerte, pensó al irse y cerrar el departamento otra vez, cerradura por cerradura, así tiene que ser la muerte, lo desconocido conocido, una confusión de la memoria, ni triste ni feliz, meramente la vida dada vuelta, un sueño dentro de otro, eso va a ser, qué bueno saberlo, la muerte.



sábado, marzo 17, 2007

NEVADA EN PRIMAVERA


La primavera llegó a Massachussets hace unos días. Los más impacientes empezamos a podar los arbustos y cortar la hojarasca muerta de todo un invierno de hielo y nieve. Los jóvenes, aun cuando los menos jóvenes llevábamos chaquetas otoñales, empezaron a mostrar – casi ofensivamente- sus frescas carnes, sus ombligos adornados con nuevos aretes y sus muslos con discretos tatuajes. Los chicos un poco más conservadores se limitaron a las camisetas y bermudas.

Las conversaciones entre los amigos giraban ya alrededor de las vacaciones de verano. Lo importante de sacar los billetes a España pronto y… cómo no, comparando los recibos de gas del último mes de invierno. Para una casa de tamaño medio, de estilo victoriano, de madera (la nuestra construida en 1892) febrero resultó en un recibo de $920. El de nuestros amigos; con una casa del mismo tamaño pero de hormigón, un poco más alto. Unos tenemos el coste de gas dividido en 12 meses, se hace más leve el pago. Los que tienen dinero lo pagan sin inmutarse cuando les llega. Los más pobres, gracias a Chávez -que ironía- reciben un precio mas bajo. Esto porque (para vergüenza de Bush) un representante del estado de Massachussets negoció directamente con Chávez, y consiguió precios especiales para los pobres, de una de las ciudades con el coste de vida más alto en EE.UU.

Aquí estaba la primavera, Ya la calefacción llevaba 5 días sin encenderse. Una llamada de Alfonso, nuestro amigo de Costa Rica que está aquí por unos meses haciendo rotaciones medicas, me sorprendió. Lo esperábamos para cenar y a las 10 de la mañana me llama para decirme que “en la tele dicen que va a nevar más de 12 pulgadas”. El chico estaba asombrado; para nosotros era más bien mal humor. Massachussets es así de caprichosa. Los que hemos vivido aquí durante cierto tiempo ya estamos acostumbrados, pero seguimos esperando que estas falsas primaveras se realicen en alguna ocasión.

Así que anoche nevó y nevó y en un momento oportuno llamaron a la puerta. Era un chico en sus treinta , podría ser profesor, que con su currículum en mano se ofrecía a limpiarnos las escaleras del porche y la acera de delante de nuestra casa, por $25 .Hacia dos días que lo habían despedido de su trabajo. Lo hizo muy bien, aunque esta mañana lo tuvimos que volver a hacer por la acumulación que había ocurrido durante la noche. Otra llamada…esta vez era la señora colombiana que me ayuda a limpiar la casa cada dos semanas, por $100. “Señora es que hay mucha nieve en la calle y no se puede andar, no le voy a poder ir”…. “No se preocupe, nos vemos el próximo sábado.”

miércoles, marzo 14, 2007

LA NOVELA TIENE CUERPO DE MUJER de Rolando Gabrielli


Cada novela, me digo, con su librito. Es corriente, río, la palabra, sin principio ni fin. Todos debiéramos escribir nuestra novela. Y antes de partir, archivarla, para que el que venga la continúe a su manera, o escriba la propia, en fin, pero que se novele en la agonía del texto, la felicidad del texto, en la paradoja del texto, como en la vida del texto-autor. Que se escriba con nostalgia, vanidad, realismo, dolor, angustia, sueño, mucha felicidad, olvido al por mayor y memoria restringida, con tensión, datos verdaderos, falsos, que incluya bolitas de alcanfor, diademas, flores plásticas pero recién regadas, una visita a la morgue, a los archivos nacionales, que no olvide que los estadios pueden servir para el ruin deporte de la tortura.
Dejo que el lenguaje se corrompa, desaparezca, siga su ruta vital, desvencijada, que llegue a clamar por su propio silencio. De nada sirve contar si no hay lenguaje, si no se siente espesa la sangre entrando al cuerpo de la noche. Allí clavo mis alfileres en el insomnio. Sufrago mi voto de protesta. Pobre novela si se siente reina en un escaparate. La prefiero como dos firmes piernas a la luz de una vela encendida, con insomnio alquilado en una tienda de fracs pasados de moda, para corregir con ella la vida, enmendarle una o dos planas a lo sumo. Correr juntos esa aventura que alguien corrió antes por nosotros. (La que yo escribo, olvidaba, ya cuenta con 11.273 líneas, y es el más largo preámbulo a no sé cuántas cosas).
Rolando Gabrielli©2006.


Agradezco a Rolando Gabrielli el uso de este interesante texto, que sirve para reinaugurar el blog. Les recomiendo que le visiten en su website. El enlace queda a la derecha. Chiqui

FEBREZE


Pues bien. Estos amigos míos de Costa Rica que se quedaron aquí la semana pasada vinieron a dejar a su hijo Alfonso que durante unos meses hará su rotación médica en los hospitales de Boston. Es la primera vez que este chico sale de la isla y la primera ve que su madre se separa de él, lo cual creaba un estado de ansiedad que trataban de minimizar.Ya habian hablado por teléfono y en la Red con un casero que les aquilaba un pequeño apartamento compartido con otro huesped por $1,000 al mes. Buena zona, cerca de trasportes, etc. El segundo día aquí Alfonso y su mamá volvieron de ver dicho apartamento y estaban conformes. Casualmente en la conversación mencionaron que lo raro era que la casa estaba prácticamente vacía de muebles y con cajas de libros empaquetados. El chico debía de dar un depósito equivalente a un mes de alquiler y el primer mes de alquiler cuando se mudara el día 28 de febrero. Mucho me extrañó el que mencionaran que siendo una casa hermosa y grande estuviera prácticamente desocupada. Ya me imaginaba yo al pobre Alfonso llegando allí el día 1 de marzo y encontrándose la puerta cerrada de la casa y los supuestos dueños de camino a otro estado. Y en efecto, volví con Alfonso y cuando llegamos la señora nos dijo que ya había alquilado el cuarto que le había prometido a él. Seguidamente pasó a enseñarnos el sótano, el cual estaba completamente vacío, sin cama ni ningún otro mueble. Después de una larga conversación con la señora le dije que cuando tuviera instalada una cama, dos sillas y una mesa, que nos llamara por teléfono para que Alfonso se mudara y en ese momento pagarle el equivalente a dos meses. La señora nunca llamó. Cuando la llamamos nos dijo que era mucha molestia tener que amueblar el sótano y que no se lo pensaba alquilar. Para entonces llevaban aquí casi una semana. Su madre salía al día siguiente para Costa Rica y todos manos a la obra: internet, periódicos, agentes de la propiedad que le preguntaban “Are you a smoker?” “Pues si”, respondió la primera vez. Y nada. Por fin, le encontramos un apartamentito por menos dinero totalmente amueblado, y mucho mejor situado. Todos contentos, la madre y el hijo fueron a visitarlo y me contaron a la vuelta que nada más entrar en el saloncito, la dueña se dio media vuelta y les preguntó: “IS THAT A CIGARETTE I’M SMELLING?” “¿Es que fumas?” En los tres días que Alfonso llevaba aquí, ya había aprendido a defenderse. Rápidamente contestó: “No, no soy yo. Es mi madre la que fuma.” Y ahí quedó la cosa. La dueña explicó que su casa era “environmentally friendly”, lo cual implicaba usar papel higiénico más aspero que la lija; dejar los zapatos en el zaguán; lavar la ropa con un detergente que no quita las manchas; apagar las luces; etc. etc.Llevamos a la madre al aeropuerto y aquella misma tarde a las seis el teléfono suena.“Hola, chiqui, soy Alfonso… ¿Qué van a hacer esta noche?” Obviamente la vida en Costa Rica es mucho más relajada que aquí. Pero dándome cuenta de que lo que esta criatura echaba de menos, creía yo, era su madre, le dije que se acercara más tarde y cenara con nosotros. Llegó a casa con una bolsa de la droguería (yo creía que traía el postre) y de allí empezó a sacar un cartón de Marlboros, un cepillo de dientes, pasta de dientes, pastillitas de mentol y un spray llamado Febreze que en ocasiones uso yo en las alfombras por aquello de que tenemos perros y de vez en cuando ocurren accidentes. Parecían los ingredientes para fabricar una bomba. Pero me fue explicando pausadamente que como no puede fumar en el hospital ni en la cafetería y en la calle hace un frío que pela, que fumaría en nuestra casa y se dejaría en el cuarto de baño que había estado usando, todo lo que había comprado. Lo que no entendía era lo de Febreze. Pero cuando se preparaba para irse, todo mentolado y perfumado, cogió su botella y a chorro limpio roció la bufanda, seguidamente los guantes, el abrigo y hasta los zapatos. Esta es su estrategia durante los próximos meses para no perder el aquiler de la “environmentally friendly house.” Mientras tanto, yo estoy intentando comunicarle que desde el lunes mi casa pasa a la misma categoría.
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jueves, marzo 08, 2007

Helia Betancourt, "EL PUNTO DEL ASOMBRO"

Tenía preparada una entrada para el blog de hoy y mi ordenador, que no es muy antiguo, ha dejado de funcionar. Creo que se ha enfadado por copiarle todas las entradas del blog más de 600 páginas. También se me ha perdido los comentarios que la autora de estos poemas me había dejado para incluirlos con ellos cuando los publicara en el blog.

Helia Betancourt, compañera nuestra de carrera y Doctora en Filología por al Universidad de Pennsylvania, es profesora universitaria y desde el año 2000 Rectora de la Universidad Federada de Costa Rica. Ha publicado diversos artículos sobre literatura y folklore y es autora de los libros La pájara pinta, Cancionero y romancero de Heredia (1992) y Cancionero y Romancero general de Costa Rica. Este es su primer libro de poemas: Cien al sur de la memoria. He elegido mi favorito y espero que os guste. Chiqui

EL PUNTO DEL ASOMBRO

Parada en el delta de la vida
es otra caligrafía
la que dice de matices y horizontes.
Algo que se inscribe sin márgenes
canta y cuenta:
un ábaco, un rosario, un quipu,
a fin de cuentas
sigue siendo lo que fue
no lo que se querría ser.
¿Quién trastocó las puertas mientras estábamos reunidos
Con la seguridad de que en la redondez del círculo
Nos esperaba algún punto del asombro?
¿Quién acercó la lejanía de otros paisajes?
Nadie me dijo vete de esta ciudad mientras puedas
como le dije a mis hijos mientras preparaba sus maletas.
Nadie observó el titubeo interno mientras sonreía
con el adios todavía entre las manos.
Nadie avizoró la diáspora
mientras sembraba la semilla.
Nadie tamizó las nubes
sin desplegar las alas.
Vivir es dispersarse,
escribir, es juntar la vida
en apretadas líneas.