El vuelo IB6165 procedente de
Madrid me traía de regreso a Boston. De allí, un autobús me devolvería a mi
casa en Vermont y a la quietud que ahora añoraba.
Volvía de viajar por España con
dos buenos amigos que no conocían el país, de recorrer muchos kilómetros para
enseñarles mis rincones favoritos y, de paso, ir a Santiago de Compostela a
darle un abrazo al Santo y prometerle una visita a pie el año que viene.
Pero no era el cansancio físico
el que me había desbordado sino el esfuerzo de abrir un puente entre mi vida
americana y mi vida española. En este viaje había compartido con mis amigos mi
familia, algunos recuerdos de mi vida en España, y los primeros esbozos de un
plan para retornar definitivamente en un futuro próximo. Esto puede ser fácil
para otros, pero no para mí, que guardo celosamente mi intimidad a base de
separar episodios de mi vida en compartimentos estanco.
Volvía, como digo, agotada, y
además con un pie escayolado. Por suerte, el pertinaz acoso a una azafata al
comienzo del vuelo había dado fruto y había conseguido cambiarme a un asiento
de mampara, el 8C, para poder estirar el pie sin ser atropellada por carritos
de bebidas o viajeros absortos.
Detrás de mí, en el 9C, viajaba
mi amigo G. Tras varias horas de vuelo, en las brumas del amodorramiento
viajero, noté que G. hablaba con la pasajera del 9A. Sorprendente, porque él,
aunque me acusa a mi de hermética, no es precisamente extrovertido y usa su
Kindle como escudo protector contra conversaciones inanes. Oí un par de veces
mi nombre y eso me despejó del todo. Miré discretamente por encima del asiento.
“Española,” pensé. “Qué le estará contando.”
La conversación continuó hasta
que G. insistió en presentarnos: “She is Spanish too…she teaches… “ No me
parecía una coincidencia extraordinaria, particularmente en un vuelo de Iberia.
Pero sí lo era. En los diez minutos que siguieron descubrimos que 9A y yo
tenemos buenos amigos y colegas en común, algunos de ellos personas a las que
he querido muchísimo y con las que he perdido contacto al cambiar de profesión.
Y hablamos de amigos, y de profesores y poetas, y de este blog, y de otro blog
donde las dos seguimos las inquietudes profesionales y literarias de un buen
amigo (y los escándalos que monta con alguna foto inoportuna).
Aterrizamos con promesas de
mantenernos en contacto. El viaje acababa así con la apertura de otra puerta
que no abro a menudo, la de mis colegas y mi carrera antes del derecho, los
tribunales y otras cosas que han venido después. Supongo que esto es lo que siempre acaba por pasar con los
compartimentos estancos: una fisura bien puesta y entra el agua a raudales. Y
si no que se lo pregunten a los del Titanic.
C.G.