Ayer me di cuenta que mi teléfono estaba
descargado: cada no sé cuántos minutos sonaba un pitido, una discreta protesta
que yo no entendí hasta pasadas unas horas… Busqué y rebusqué el cargador en el
estudio que alquilo: les estoy hablando de un espacio de dos metros cuadrados.
Ni rastro.
Por la tarde, con grandes
esperanzas, fui a casa de mi tía…donde he pasado estos días bastante tiempo;
seguro que estaría allí. No fue así. Volví a “casa” a las tantas de la noche y
mi teléfono seguía protestando, el vecino de al lado roncando y fuera una
gotera caía directamente sobre el aparato del aire acondicionado que está bajo
la única ventana del estudio, justo donde está situada la cama.
A las diez de esta mañana llegaba yo a una
tienda de Movistar en la calle Goya, localizada la noche anterior en Google.
Empieza aqui el camino de la imcompetencia:
I. Estación.
Entro en la tienda y antes de llegar al mostrador una señorita, sin
decir ni pio, me indica que espere mi turno. Después de 20 minutos me acerco y
me dicen que mi teléfono es de Movistar y… ¡ estoy en una tienda de Vodafone! “Mea culpa, mea culpa…”
II. Ya salía cuando se me ocurrió preguntarle dónde
había una tienda de Movistar. Con desgana y sin mirarme me dice que “ahí enfrente”.
No estaba dispuesta a redimirme ni después de 20 minutos de penitencia…¡menos
mal que le pregunté! En frente –ya he
aprendido—me pongo en la cola y espero casi media hora. Llego al mostrador y
una chica muy amable me dice que “aquí no tenemos cargadores”, es tienda para contratos …pero puedo ir al Corte Inglés,
a la cuarta planta. ¡UFF! ! ¡Gracias, Dios!
III. Llego a la cuarta planta de El Corte Inglés
y me topo con una cama y un mozo la mar de hermoso…Un poco azorada le digo que
me han mandado ahí los de Movistar. Me contesta que no soy la primera…y añade
que la electrónica está en la primera planta. Busco la escalera de bajada y el
chico me sigue con una mirada divertida. ¡Vaya por Dios!
IV. En
la primera planta tiene Movistar montado una especie de carrusel sicodélico que
da la impresión que estamos a las puertas del purgatorio. Hay que coger número
y luego sentarse en el círculo y
esperar que salga en la pantalla
tu número y entonces te enterarás si hay o no hay perdón.
Decido
que a mí no me toman el pelo otra vez y me acerco con urgencia y desparpajo a
una de las ventanillas. Le pregunto al empleado si tienen cargador para mi
modesto móvil, casi me da vergüenza sacarlo, hasta los octogenarios están ahí
con sus “smart phones”. Da resultado mi
estrategia; el caballero me dice que para los accesorios vaya al otro lado de
donde están ellos. Solo hay que cruzar la planta pero ya estoy un poco
cabreada.
V. La más rápida. La empleada no toma ningún interés
en mi móvil; vaya, que sin yo preguntarle me dice que “tenemos cargadores
universales pero no para su teléfono —implicando que mi teléfono no existe.
Decido entonces volver al platillo volante de donde venía y coger número – el treinta y uno —esperar y comprar
un teléfono nuevo y acabar con la tortura: si no lo había hecho antes era por
temor a perder el número que me ha llevado tres años memorizar.
VI. Aquí
casi pierdo la compostura con un par de jubilados ya entrados en años. Me
siento al lado de ellos… Para entonces tenía los pies molidos, todo había sido
cuesta arriba. Varias teles sin sonido
muestran al joven hijo de Ortega Cano. El señor que está sentado a mi
lado comenta que “el torero” tendría que estar en la cárcel por
asesino. El otro – con gorra campera y
anorak rojo—se anima y arremete contra el hijo : “ése es malo, malo, malo”. Y sigue -- la cara del color del anorak: “ése es un criminal, es un perro con manos”. A punto de cantarle las cuarenta estaba pero me salva la pantalla: "número 27, primera ventanilla". Me queda un regusto a desprecio y lástima cuando
lo veo sonreír a la joven que lo atiende mientras le mira el trasero.
VII. Por fin, después de media hora, me toca el
turno…caso rápido en resolverse. La señora que me atiende dice que SI, que todo está solucionado: tienen
el mismo teléfono a la venta todavía… pero “se nos han agotado las tarjetas de prepago”,
que es lo que yo necesito.
En ese momento mi paciencia también necesita
una recarga: le digo a la amable señora – sin perder mis modales-- que por qué
no tienen a alguien que les sirva de “colador”… no me entiende. Le resumo las
aventuras de las tres últimas horas y le
aclaro que todo se habría solucionado si en las tiendas tuvieran a alguien que
-- antes de que el cliente tomara turno-- contestara las preguntas básicas,
ejemplo: “ no señora, usted está en Vodafone y donde tiene que ir es a
Movistar”. Estoy rodeada de otros que asienten y se unen a mi protesta. No
comprendo como algo tan básico no se hace. Mientras yo esperé, en algunos de
estos sitios, hubo personas que se fueron con el “volveré mañana”: irónico que
ahora sean los clientes quienes dócilmente
pronuncien el famoso dicho de Larra.
VIII. La más esperanzadora de todas. Una señora
–con aspecto de emigrante-- que espera su turno, y que me ha estado escuchando me dice que si subo un
poco por Alcalá, hay una sucursal que
tiene tarjetas de prepago. Ni me da tiempo a darle las gracias debidamente.
Allí me dirigí.
IX. Llego y me encuentro la tienda cerrada. Dos
empleados están haciendo las cuentas del
día, pero solo es la una y veinte! Les suplico que me ayuden. Algo me contestan
pero no los oigo; sigo suplicando y veo que se van con el dinero y no me van a
abrir. Miro a los lados y con gran
alarma… y alegría, veo que el escaparate de la izquierda tiene un agujero del tamaño de la boca del metro…lo
único que se me ocurre pensar es “ahora si me van a oir”. Efectivamente me oyen
y me responden que les han robado y están haciendo el inventario. La tienda
está cerrada…con la excepción del boquete por donde me metí para mantener esta
breve conversación. Me dicen que “a la vuelta” hay otra tienda… Les doy las gracias,
les deseo suerte y me apresuro ya sin ánimo y rendida.
La X. será mi última estación. Una tienda pequeña,
casi vacía, sucia. La encargada habla con una clienta: “cariño”, “hermosa”… La
clienta le dobla la edad. Igualmente me trata a mí. Aleluya! tiene el mismo
teléfono, tiene la tarjeta de prepago, tiene gracia, simpatía y generosidad. El
nuevo teléfono me costará cuarenta Euros pero… me dice: ”déjame ver si tengo
algún cargador de los que la gente deshecha”. No me lo puedo creer. Con una
sonrisa y un cordón negro aparece ella detrás del mostrador: diez Euros! No
necesito otro teléfono, puedo conservar mi número. Ahora a cargarlo y ver todas
esas llamadas perdidas…siempre los mismos, los míos.
No pierdan la esperanza que, cuando menos lo espera uno, aparece lo que se busca en el
sitio más insospechado.
Buenas noches.