Si viviera en Madrid me haría adicta a El Corte Inglés y a
Sálvame Deluxe, por este orden. Sálvame empezó horrorizándome y esta semana ha acabado fascinándome. Menos mal que me quedan pocos días de televisión española; cada día mi capacidad crítica disminuye y se acortan mis paseos nocturnos...
En mi larga estancia, y como he pasado todos los días por sus puertas a la vuelta del trabajo, he frecuentado El Corte Inglés de Serrano. Fue un domingo en que me recuperaba de una terrible gastroenteritis que, sin nada que pudiera comer en casa, me acerqué a la cafetería. Después de mirar el menú me di cuenta que no había nada que mi delicado sistema digestivo pudiera digerir; buscaba yo una sopita. Me levanté y antes de salir le pregunté al camarero si tenían restaurante. Me enseñó un largo y estrecho pasillo desde el que se divisaba, a través de lo que parecía una puerta de cristales cerrada, una sala de mesas cubiertas de lino blanco. Entré, me intimidó un poco ver que era la primera…¿o sería la única? Con paso firme me dirigí al fondo, al lado de los ventanales que quedan casi a ras del cielo.
El maître me había dicho graciosamente que eligiera la mesa. No podía arruinarme una sopita de pescado, pensé mientras me sentaba. Y no me arruinó, es más, me atreví a pedir un arroz con leche de postre. El arroz me sentaría bien, con la leche pondría mi estomago a prueba. Vi al camarero, un joven ágil y atento que sonreía pícaramente, con una COPA de arroz con leche—como si de un helado se tratara. Gran desilusión… Me acordé de los grandes tazones de mi abuela. ¿A quién se le ocurre poner el arroz con leche en copa? Empecé a dudar, aunque la sopa había estado sabrosa. Pecado mortal! El arroz con leche estaba divino.
Habría que volver.
Una semana después, acompañada de una amiga, pedía yo por segunda vez el arroz con leche. Le pregunté al mismo sonriente camarero si lo podían poner en un tazón. Sin dejar de sonreír asintió con la cabeza. Como era de esperar, en el tazón cabía el doble que en la copa… ¡Menudo festín!
Hoy volví por mi tercer arroz con leche. Esta vez con mi tía, experta en arroces y más golosa que yo. Con la conversación se me olvidó pedir los tazones… Quizás podría hacerlo, pensé cuando vi que el camarero salía de la cocina con dos platos de sopa para los comensales de al lado. Pero no, el mismo sonriente joven se acercó a nuestra mesa y nos dejó delante dos platos soperos llenos de arroz con leche. Mi tía exclamó “madre de Dios”, yo me quedé muda. En un principio pensé que se habría quejado más gente de que el arroz con leche se sirviera en copas… Le conté a mi tía lo de la copa y el tazón, añadiendo--medio en broma y considerándolo un disparate – que a lo mejor el camarero se acordaba de que le había pedido un tazón la segunda vez.
Sin ningún reparo acabamos las dos --pronto y al mismo tiempo-- el monumental plato del celestial arroz…El camarero se acercó y preguntó a mi tía: "¿Todo bien?" Ella se relamía todavía bajo la servilleta… Sin mirarme pero apuntando hacia mí con la cabeza, añadió: "Sabemos que a la señora no le gusta el arroz con leche en copa". Acabada la frase me sonrió con complicidad. No me lo podía creer, mi tía tampoco.
Sorprendente encontrar hoy día personas como este excelente profesional: buen fisonomista, memoria para el detalle y sentido del humor y el juego. Hacer que el cliente se sienta persona y que vuelva no sólo por el arroz con leche sino para disfrutar de tan amable y singular trato.
"Chapeau!" le dijo mi tía al salir. Yo le dejé una buena propina.
PD En los restaurantes de El Corte Inglés siempre me han tratado con bandeja de plata. No sé si recuerdan la ocasión en que no me cobraron:
“lo paga la casa” me dijeron en el de Callao hace un par de años.