Banderas y vecinos

Lo he dicho en otras partes del blog y de muchas maneras: las banderas y yo no vamos juntas a ningún sitio. Sí es verdad que colgué la de España cuando su equipo ganó la copa mundial de futbol, a petición de uno de mis hijos que ha salido más castizo que yo. 

En esta ocasión he tenido que recurrir a Internet urgentemente para comprar una bandera de la Paz.  Tengo una vecina, con la que me llevo muy bien y hasta siento cariño. Pero esta vecina, que ha nacido en la casa en que vive y que debe tener mi edad, se empeña en decir que cuando se jubile quiere vivir y morir en su país. La primera vez que le oí decir esto me extrañó; ella me aclaró que aunque nació en  Brookline “su país” es Israel. La conversación sobre el asunto (pasando por la Alhambra) acabó así:

Vecina: Si no crees en las Sagradas Escrituras ni en Dios, ¿en qué crees?

Una Servidora: creo en ti, en mi jardín, en mi perro...

La dejé desconcertada pero mantenemos una relación (tres veces al año) cordial: me sigue preguntando por mis viajes a España, mis achaques, hijos y perros, y hasta cotilleamos de la vecindad. Ahora bien, cada vez que Israel ataca a Palestina ella cuelga una bandera que dice “Estamos con Israel”.  Hace unos años la colgó visiblemente del porche, esta vez la tenía en la puerta de la casa. Digo la tenía porque nada más colgar yo la mía—recién sacada del paquete, con arrugas y todo— ella quitaba la suya.  Se retiraban  las tropas israelíes de Palestina. Si hubiera sabido que era tan fácil, ¡habría comprado la bandera hace décadas! Pero bien, no la voy a quitar: ahí lucirá el resto del verano porque la Paz anda últimamente bastante escurridiza y cuando menos lo espera uno desaparece del globo sin aviso.